Además del drama humano, llevado a su máxima expresión con la muerte de cuatro personas, y de las consecuencias económicas, la ola de incendios de la semana pasada deja a su paso un reguero de destrucción sobre la biodiversidad de las zonas afectadas. Lo más visible son los esqueletos de árboles calcinados, pero en los montes habrán muerto millones de animales, desde conejos hasta lagartijas. Una cifra que se multiplica si se tienen en cuenta los seres vivos -bacterias, lombrices u hongos- que habitan en el subsuelo.

Ayuda a dar la medida del desastre el presidente de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN), Serafín González. En los montes gallegos hay una densidad de entre cinco y 10 lirones caretos por hectárea, por lo que habrán perdido la vida en las 35.500 hectáreas arrasadas entre 177.500 y 355.000 ejemplares. Siguiendo el mismo sistema de cálculo, murieron hasta 177.500 conejos y 35.500 erizos, mientras que comadrejas desaparecieron entre 700 y 1.000. A diferencia de los pequeños mamíferos, los de tamaño medio o medio-grande, como el zorro o el jabalí, tienen capacidad para huir de las llamas.

En cuanto a los reptiles, dos ejemplos: resultaron calcinadas hasta siete millones de lagartijas gallegas -de las 200 que hay por hectárea- y unos 177.500 lagartos ocelados. Las aves corrieron mejor suerte al no estar en época de cría, y la mayoría habrán podido escapar a tiempo, explica el también científico del Centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

En un ecosistema, todos los individuos juegan su papel en una cadena en la que cada eslabón es fundamental, al margen de que los humanos sean más dados a empatizar con unos seres que con otros. Debajo del suelo que pisaban los animales citados tampoco habrán sobrevivido miles de millones de organismos vivos. En cada hectárea, habitan entre una y dos toneladas de bacterias, que tienen un rol "imprescindible e insustituible en la fertilidad de los suelos", de acuerdo con Serafín González. Lombrices hay entre 100 y 500 por metro cuadrado, y también son vitales para la aireación y el reciclado del terreno.

El presidente de la SGHN también alerta de posibles casos de mortandad elevada entre la fauna acuática de los ríos a los que han llegado las cenizas. En este aspecto, menciona el riesgo para el mejillón de río ( margaritifera margaritifera), una especie en peligro de extinción que tiene en el Macizo ourensano, muy afectado por la ola incendiaria de este año, una de sus principales poblaciones.

El científico comenta que los ecosistemas tienen potencial para recuperarse, pero hay algunos factores que dificultan este proceso. En primer lugar, los terrenos que se queman de manera repetida, cada década, pueden "acabar agotando" la capacidad de las plantas para rebrotar.

Además, el tamaño de la zona afectada también influye: si no es muy grande, las especies que consiguen sobrevivir -animales, pero también vegetales, en forma de semillas- se pueden refugiar en montes colindantes, para luego recolonizar desde ahí su hábitat original, una vez se den las condiciones. Cuando más extensa sea el área quemada, más difícil es este proceso.

Otra derivada "extremadamente preocupante" de los incendios, añade Serafín González, es que facilitan la extensión de especies invasoras. Pone el ejemplo de la acacia, un árbol de origen australiano, como el eucalipto, con gran facilidad para reproducirse después de los grandes fuegos a costa de las especies autóctonas, sobre todo en las zonas más cálidas de Ourense y Pontevedra.