Era el lugar donde encontrar apoyo mutuo y protección al otro lado del Atlántico. "El centro gallego, como decía Castelao, que estuvo acá desde el 40 hasta el 50 en que murió, fue como un estado gallego para la emigración y para el exilio". El historiador Hugo Rodino está acostumbrado a bucear en su vasto archivo y menciona documentos que se merecerían una buena edición, como los discursos del presidente Laureano Alonso Pérez, de O Porriño, en los que compara el desarrollo de Galicia con la Dinamarca de 1911. Alonso fue uno de los presidentes en los primeros pasos de un Centro Gallego que, con el de la Habana, serían epicentro de la vida cultural, social y, sobre todo, sanitaria de la emigración gallega en América. Con su vocación de auxilio al compatriota, el Centro Gallego, como un estado del bienestar, va creciendo en servicios desde su nacimiento en 1907 para cubrir los derechos sociales de los emigrantes. En 1920, trece años después de su inauguración, abre su hospital, la insignia de entre sus servicios. Era el área prioritaria para la dirección, que creó en 1911 una sociedad benéfico-mutualista para dar cobertura sanitaria a los emigrantes. Creció hasta convertirse en la primera entidad mutualista de América hacia 1950, con más de 85.000 asociados, como se recoge en el libro Historia de los hospitales de la Ciudad de Buenos Aires, de Ángel Jankilevich.

Los emigrantes que llegaron a Argentina desde mediados de los años 20 contaron con una Oficina de Trabajo e Inmigración para buscar una ocupación. "Contaba con una bolsa de trabajo para gallegos. Casi todos los bares de Buenos Aires eran de gallegos y preferían a paisanos para trabajar porque se entendían mejor", explica Rodino. El Centro Gallego fue uno de los primeros en poner en marcha esta iniciativa, como cuenta Rogelio Rodríguez en su Historia del Centro Gallego. Enviaban cartas a las casas de comercio para animarlas a enviar sus ofertas de trabajo al Centro, pero también nombraron responsables en concellos gallegos para que los emigrantes llegaran recomendados al Centro Gallego. "Había también un banquito que prestaba dinero a los socios y [desde el Centro] se abonaron muchas repatriaciones a gente que vivía mal en Buenos Aires y quería volver a Galicia", apunta Rodino.

El trato que recibían los gallegos se controlaba no solo una vez en Buenos Aires, sino también en su travesía hasta Argentina. El Ministerio de Hacienda autorizó que un empleado del Centro pudiese acceder a los trasatlánticos para recibir a los paisanos "e informarse del trato que se les hubiera dispensado". Rodino recuerda que la noticia de que el barco Pernambuco se dirigía desde A Coruña a Buenos Aires con muchas mujeres jóvenes a bordo puso en alerta a los directivos del Centro. En la época, cuenta, muchas emigrantes europeas eran explotadas como prostitutas en la capital argentina. Enviaron telegramas a los centros de Río y Montevideo, para que comprobaran su estado en las paradas del barco, y una delegación fue a recibirlas en Buenos Aires. Una vez en la ciudad "hacían un seguimiento para que no fueran explotadas".

Una vez en la ciudad porteña, los emigrantes podría acudir a clases nocturnas en el Centro para aprender a leer y a escribir o estudiar contabilidad y las características del comercio en el país. Una oferta de sanidad, educación, empleo, banca y cultura que hizo del Centro el gobierno de los gallegos en el país.

De las romerías se encargaba el centro lucense, de la labor cultural el Centro Gallego. En Buenos Aires no faltaban las organizaciones de gallegos, con centros locales y provinciales, sobre las que giraba la vida social, pero a la biblioteca se acudía al edificio de la calle Belgrano, que guarda más de 20.000 volúmenes.

El Centro convocaba concursos literarios y musicales, celebraba el Día das Letras Galegas y el Día de Galicia, homenajeaba y acogía a los intelectuales exiliados y organizaba conferencias de personajes destacados como Otero Pedrayo, Cunqueiro, Blanco Amor o Castelao. Los depósitos de documentos y archivos son vastos y, muchos de ellos, están sin catalogar.

La pinacoteca, sin embargo, está en proceso de evaluación. Se encarga el Banco de Buenos Aires de revisar las obras -más de 120 solo entre cuadros y dibujos según el inventario realizado por la Xunta- y actualizar su seguro. Muchas de las pinturas llegaron al Centro como regalos, como en el caso de los dibujos de O cego y A familia do cego, de Castelao, que fueron donados en el 1935 tras la disolución del Centro de Rianxo. La Procesión Virgen de la Franqueira, de Sotomayor fue comprado por el Centro gracias a una rebaja considerable, a mitad de precio, que le hizo el autor a la institución. Un legado cultural de más de 200 obras que está sin valorar y que los socios pretenden mantener en el país.

En el hospital murió Castelao, que fue operado y atendido pese a no ser socio, y su habitación se conserva como en 1950. Su cuerpo fue enterrado -hasta su vuelta a la comunidad gallega- en el panteón que el Centro tiene desde 1925 para sus socios. Fue construido con la idea de homenajear el Pórtico da Gloria, de la Catedral de Santiago y, en su interior se levantó un altar de Francisco Asorey. Se levanta sobre tierra de las cuatro provincias.