Xosé Ramón Rodríguez-Polo es un buen conocedor de Gerardo Fernández Albor. Él se encargó de elaborar la entrada sobre él en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de Historia. Este experto en comunicación política valora la "responsabilidad" que llevó sobre los hombros como primer presidente de la Galicia autonómica y destaca la "bonhomía" que le caracterizó y su talante dialogante.

Rodríguez-Polo es profesor de Opinión Pública en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Doctor en Comunicación por la Universidade de Vigo, pasó asó por el Trinity College de Dublín y el Instituto de Estudos Jornalísticos de Coimbra. Estudioso del movimiento galleguista ha publicado Ramón Piñeiro e a estratexia do galeguismo y O triunfo do galeguismo, y es el autor de la entrada referida a Gerardo Fernández Albor del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de Historia.

-Albor fue el primer presidente de la autonomía. ¿Qué conllevaba entonces estrenar un puesto como el de presidente de la Xunta?

-Ser el primer presidente de la Xunta autonómica de Galicia significa pasar a la historia. Solo por eso, él ya pasa a la historia. Pero además de un honor, también fue una responsabilidad. En general, en la dinámica de aquellos tiempos, la gente que estaba ejerciendo de cabeza en las diferentes agrupaciones políticas asumía que era momento de ser responsables. Había una dinámica, un consenso general, unas ganas de trabajar todos juntos. Esa fue una característica de esos tiempos y que asumió Albor.

-Albor no tenía experiencia en la gestión política, pero sí en política cultural, como discípulo de Ramón Piñeiro. ¿En qué medida eso contribuyó a ayudarle en su cargo?

-Me gustaría aclarar que eso de diferenciar entre política cultural y gestión política en el franquismo es una idea poco rigurosa, aunque muy asentada. Hacer lo que hacían ellos en aquellos tiempos era hacer política. Lo explico en mis trabajos, como en el que escribí sobre Piñeiro y el triunfo del galleguismo, que eso no fue algo al azar, sino un proyecto bien pensado, que trataba de afectar a toda la sociedad gallega, de prepararla para cuando llegara la democracia. Era algo muy profundo y con mucho riesgo. A pesar de que la pantalla externa era la edición de libros o las relaciones intelectuales, también se jugaban el tipo. Separar política cultural y política no tiene que ver con lo que pasó y es una falta de respeto. Porque esa gente estaba haciendo país. Albor estuvo en la Fundación Penzol o en el Patronato del Rosalía de Castro, que eran instituciones en las que dar tu nombre te comprometía también. Respecto a qué le aportó su experiencia en estas actividades, creo que la gente de Compostela que estaba alrededor de Piñeiro y Galaxia compartía tres características: eran de tradición política liberal, demócratas que habían festejado la II República y seguían luchando entonces para que volviera la democracia; una formación intelectual excelente y un carácter pragmático, en el sentido de no solo pensar cosas, sino sacarlas adelante. Y creo que, en mayor o menor medida, estos elementos ayudaron a Albor a hacerse cargo de su gobierno.

-¿Dónde residiría la relevancia de su mandato?

-En dos cosas. Primero, él es hijo de la estrategia galleguista que había liderado Piñeiro que trató de preparar a la sociedad para una vuelta a la democracia y de que en esa vuelta la sociedad tuviese un sentimiento nacional importante, un sentimiento gallego bien prendido, y que demandase una figura jurídica que le permitiera desarrollarse por su propia mano. Ahí Albor jugó una labor importante, aunque hubo cosas muy relevantes, como el Estatuto, que se jugaron en la preautonomía. La relevancia de Albor reside ahí por una parte, y por otra, la gente que lo conoció entonces decía que lo que más destacaba en él era su bonhomía, que era un hombre muy bueno, al que la gente tenía mucho cariño, lo que le hacía tener muchos amigos. Albor llegó a presidente por la mediación de dos de ellos, que propusieron a Fraga nombrarle porque era muy querido en Santiago. Aunque no era alguien de primera fila en el movimiento galleguista, Albor es una persona con la que la gente contaba. Además, el que Fraga, que no encontraba candidato, lo eligiera, es sintomático.

-Expertos destacan el consenso de entonces en el Parlamento. ¿Mérito de Albor o de la época?

-La gente estaba más predispuesta. Las personas que lideraban el Gobierno gallego, el Parlamento, la Delegación del Gobierno, se sentían comprometidas con el país, en la idea de consolidar la autonomía gallega. Tenían el afán de hacer las cosas bien. Esas personas creían que estaban viviendo un momento histórico, que los tiempos por fin eran llegados, y que había que estar a la altura. Albor colaboró, pero fue uno más en una dinámica más amplia.

-Cuando llegó a Albor, las leyes estaban por hacer, pero para él la de la Crtvg era la más importante. ¿Qué opina usted?

-Coincido con él. La Crtvg sirvió para que el gallego tuviese ese estatus que otorgan los medios. Especialmente entonces, cuando había pocos canales, que el gallego tuviera uno propio contribuía a que nuestra identidad se viese respaldada. Si no existiese la Crtvg sería desastroso. También destacaría la ley de normalización lingüística, por las consecuencias sociales que tuvo.

-Cuando falleció Fraga se le re conoció su importancia. ¿Le rendirá la historia a Albor reconocimientos o pasará a un segundo plano?

-Fraga eligió a Albor porque entendía que institucionalmente estaría en su papel, pero quien batallaba en la calle era él. Creo que la historia recordará a Albor como el primer presidente autonómico, un presidente responsable que institucionalmente estuvo en su papel y concitó en torno a él la posibilidad de que todos los partidos se entendieran, lo que considero que fue muy importante. Así es cómo se recordará.

-Bajo su mandato, se pusieron los cimientos del autogobierno. ¿Sentó las bases de forma adecuada para facilitar la labor de sus sucesores?

-Sí. Albor sería el responsable institucional, aunque el brazo ejecutor fue Xosé Luis Barreiro. Con todo, los cimientos del autogobierno en Galicia ya estaban puestos en la etapa preautonómica. Con Albor y Barreiro lo que se hizo fue que la normativa permitiera cierta fluidez, sobre todo en temas como la cuestión lingüística, donde estaban las señales de identidad más destacadas. Eso se asentó en esa etapa con el apoyo de todos. Digamos que los fundamentos de la casa estaban puestos, pero ellos pusieron los primeros ladrillos para levantar la casa en la buena dirección.

-Albor y Barreiro no acabaron bien. Su mandato fue famoso por finalizar en una moción de censura. ¿Perdió Albor la confianza de Barreiro?

-Barreiro era el hombre fuerte de la Xunta. Quienes trabajaban con él hablaban maravillas, destacaban que tenía una cabeza muy bien organizada y que tomaba decisiones acertadas. Más que Albor perdiera la confianza de Barreiro, aunque se puede interpretar así, se puede entender también que la ambición de Barreiro hizo perder para el país un gran político. El entonces vicepresidente era como el valido de Albor: él tomaba las decisiones, porque a Albor la gestión diaria le atraía poco, y llegó un momento en que quería asumir también la presidencia. En ese salto Galicia perdió al excepcional político, fuera de serie, que era Barreiro.