El desierto demográfico de Galicia es un fenómeno que avanza sin frenos. Como una mancha amenazante que se va deslizando por el territorio, la despoblación total va camino de afectar a la mitad del territorio sin que nada ni nadie sepa cómo detenerla, al menos de forma efectiva y a corto plazo. La sangría de habitantes afecta a todos los niveles, pero se muestra en toda su crudeza cuanto más se acerca el foco del análisis. No hay más que poner la lupa sobre cada una de las 3.771 parroquias; la entidad de población más reducida y a la vez una de las más características de la comunidad. Así, se constata que una cuarta parte de Galicia es un paisaje humano que se parece más bien a un páramo. Una realidad "vaciada" que suma 575 parroquias y en la que apenas viven 10 o menos vecinos por kilómetro cuadrado, si se toma el indicador que utilizan los geógrafos para hablar de "desierto". Solo el 1,5% de los gallegos viven o sobreviven allí.

Pero el problema no se detiene. Los datos obtenidos por este diario a partir de las bases de datos del Instituto Galego de Estatística (IGE) reflejan que hay otras 1.401 parroquias en las que la densidad de población es menor o igual a 20. En conjunto, suponen el 50% de los kilómetros cuadrados que ocupa Galicia en el mapa. Y si la tendencia no se invierte „un giro improbable, según los expertos„, muchas de ellas son candidatas a ser calificadas también como un desierto.

Años de éxodo hacia las ciudades, la falta de oportunidades económicas y el descenso de las tasas de fecundidad han ido moldeando una superficie cuyas cifras hablan por sí solas. En esa mitad de Galicia, solo vive el 5,6% de la población; víctimas colaterales de una dispersión que dispara el precio de los servicios públicos y ahonda en consecuencias sociales, como la soledad de los moradores del rural, que han desempolvado la indignación social al calor de las protestas de la España "vacía". Este mismo martes, el INE daba a conocer que uno de cada cuatro gallegos vivía solo.

Cierto es que Galicia integra desde hace décadas el grupo de las autonomías donde la ecuación del envejecimiento más la falta de nacimientos es más preocupante: en la vecina Asturias, sin ir más lejos, la desertización demográfica afecta a la mitad del Principado. Pero los números reflejan que éste es sobre todo un fenómeno de los pequeños núcleos. Si 152.500 gallegos viven en la mitad de la Galicia "vaciada", 988.028 (el 36% del total) se concentran en las siete principales ciudades, cuyo impacto en términos de superficie es más bien pírrico. Solo concentran el 3,3% de la autonomía.

Ésa es una división, pero hay más. Sigue muy presente la frontera invisible que separa a la franja atlántica de un interior cada vez más replegado. Como muestra, entre las diez parroquias con peor densidad de población, ninguna supera el umbral de un solo habitante. Soutomerille, Rebordondo, Riomao, Riodolas, Soutadoiro, A Alberguería? Todas pertenecen a las provincias de Lugo y Ourense. En el espectro contrario, en cambio, ocurre que entre las diez parroquias con mayor concentración de habitantes solo una pertenece a Ourense: San Domingos de Ribadavia. Comparte posiciones en lo alto de la tabla con Santa Icía de Xubía, situada en la localidad coruñesa de Narón, con mayor densidad: 25.711 por cada uno de sus 6,3 kilómetros cuadrados.

Tal desequilibrio dentro una misma comunidad no hace más que acentuar las diferencias a la hora de acceder a los servicios públicos o de disponer de infraestructuras de calidad, como si se fijara una separación entre habitantes de primera y de segunda. "Los de la ciudad son los ciudadanos; los del rural somos un poco súbditos, eso ha sido siempre así", ironiza Alberto Saco, profesor de Estructura Social. En su opinión, se acabó aquello de la Galicia vista como una Arcadia rural. "Hace tiempo que pasamos del 75% de habitantes en núcleos urbanos". "Ahora a los vecinos de las ciudades les interesa tener en el rural un esparcimiento, como reservas del paisaje y del patrimonio y no tanto un lugar para ser habitado", dice.

La pregunta es cómo darle la vuelta a los datos. Cómo revertir una pirámide demográfica que en Galicia se parece cada vez más bien a un triángulo invertido. Hay que preguntarse qué hacer y de momento por parte de los poderes públicos no hay grandes respuestas. Rafael Vallejo, catedrático de Historia Económica, centra el foco en la "renta disponible" de los más jóvenes. Más allá del factor cultural y de un hedonismo que en ocasiones se imputa a la generación millennial, "el acceso y los precios de la vivienda" o la falta de empleo estable siguen siendo los principales palos en las ruedas de la natalidad. "Si no se dan todos los elementos de esa ecuación, no hay nada que hacer. Es imposible", sentencia.

Otro de los problemas tiene que ver con las condiciones de vida. Disponer de todos los servicios de una gran ciudad en el rural no siempre es posible, pero siempre es más caro. En especial los públicos. Por ejemplo, el gasto en transporte escolar en Galicia supera los 160 millones de euros, mientras en Madrid se emplean 24 millones. "Esto en Leganés o en todo el cinturón de Madrid, es ciencia ficción. Allí los niños tienen garantizadas plazas escolares públicas a la puerta de casa", sostiene Manuel Blanco, economista, politólogo y autor del libro Una sociedad sin hijos. La misma reflexión podría aplicarse al gasto sanitario o educativo.

Sin embargo, para Blanco el gran problema del vaciamiento del rural no es tanto el envejecimiento como la baja tasa de fecundidad. "El fenómeno de que menores de 40 se vayan del rural se da en todo el mundo. No es un fenómeno español ni gallego", apunta.

Un motivo por el que pide trazar una hoja de ruta a largo plazo para mejorar las condiciones de vida, y en consecuencia, favorecer los nacimientos. Para ello apuesta por ideas innovadoras como "deslocalizar" órganos administrativos y regenerar a su alrededor la vida económica y social en zonas deprimidas. "El Estado tiene que hacerlo.