Ne rien jeter. Ne rien vider. La mer commence ici". O lo que es lo mismo, en castellano: "No arrojes nada. No vacíes nada. El mar empieza aquí". Y el aquí es una enrejada tapa de alcantarilla, que es donde, efectivamente, comienza todo el proceso de contaminación marina desde las poblaciones costeras e incluso las más alejadas de la costa porque estas vierten sus residuos en los ríos que, más pronto que tarde, depositan sus aguas ya contaminadas en un mar cada vez más sucio y con menos vida animal (a causa precisamente de la contaminación que hoy condena sin paliativos el mundo entero. Ese mundo que, no obstante, hace bien poco o nada por lograr que se revierta tal situación).

La visión de esa tapa de alcantarilla en una calle francesa provoca una reacción de amplio rechazo a cuanto suponemos trasladan al mar las aguas canalizadas. Pero también debe hacernos reflexionar en torno a su realidad: canalizamos las aguas sucias y las ocultamos a la vista y al olfato, pero comemos los peces que hemos contaminado con esas y otras aguas, con lo que „además de pescar„ contribuimos doblemente a acabar con aquello que nuestros abuelos y nuestros padres nos dejaron como herencia en los distintos caladeros de nuestros mares para que pudiésemos seguir alimentándonos en esa que fue inmensa despensa de la Humanidad que son los océanos y sus mares.

No arrojes nada, no vacíes nada: el mar empieza aquí.

Si lo pensáramos fríamente daríamos cumplida respuesta a lo que es una invitación a no acabar con los fundamentos de nuestro pequeño o gran mundo. Mantener este vivo es dar pasos para que la vida exista. Si el mar se agota a causa de la contaminación „más la sobrepesca„ flaco servicio estamos prestando a esa Humanidad de la que formamos parte.

En mi ya larga vida he visto demasiadas cosas, demasiado daño causado al mar en el que se ahogaban „para no criarlos„ miles de gatos recién nacidos; centenares de kilos de dinamita se han arrojado al mar para matar o "atontar" miles de ejemplares de sardina que "pasaban por allí" en mala hora, cuando insensibles pescadores optaban por lo más fácil: "pescar" (es un decir) con explosivos. Hemos vertido millones de toneladas de combustible a un mar en el que ahora se trabaja para extraer del fondo el oro negro del petróleo guardado por siglos en sus entrañas. Arrojamos al mar sustancias químicas de todo tipo, armas, residuos nucleares, detritus humanos y animales, abonos químicos con los que combatimos en tierra las mil y una plagas que contribuimos a expandir...

Y no nos damos cuenta de que la mar comienza aquí, en el alcantarillado que tenemos ante nosotros, bajo nuestros pies. En un sistema que pretende ser de limpieza y sanidad y que, metros o kilómetros después, se convierte en un río de veneno al que más o menos eufemísticamente denominamos mar.

Verdaderamente, nuestros peces de cada día mueren de una u otra manera al punto de multiplicarse. Pero también contribuyen con su sacrificio al sostén de una industria „la pesca„ que se ha venido levantando sobre una inmensa pila de mierda.