Para llenar estómagos hambrientos. Durante décadas la castaña era un producto básico que alimentaba a las familias en las aldeas durante todo el otoño. Pero en la actualidad ya no solo está en las despensas particulares sino también en las cocinas más vanguardistas. La castaña gallega, un milenario fruto seco con un rico aporte de nutrientes y bajo nivel calórico que desde el año 2009 cuenta con un sello de calidad, ya se consume en más de 60 países.

Italia, Francia, Suiza, Austria, Inglaterra, Rusia, Japón, México o Arabia Saudí están entre sus principales mercados. Más allá de su popular consumo asado o incluso cocidas con leche, las castañas salen de Galicia como marron glacé o congeladas y peladas para convertirse en las cocinas de Europa, América o Asia en purés, cremas o acompañamiento para carnes. Son un producto delicatessen que en las plazas de Galicia pueden encontrarse a poco más de 2 euros el kilo pero que en mercados como el suizo se llegan a pagar más de 7 euros portan solo 300 gramos.

En cada campaña, la mitad se son para consumo en fresco -en magostos y carritos de castañas asadas distribuidos por las ciudades, principalmente Barcelona, Madrido Bilbao -y el resto se destinan a la transformación- más del 85% de la producción pelada, congelada o ya transformada en marron glacé o harinas será para el mercado internacional-.

De las más de cien variedades de castaña existentes en Galicia, de las que un total de 81 están catalogadas, tan solo una docena reúnen las características idóneas para ser comercializadas. Por su tamaño, sabor, fácil pelado y de una sola pieza. Es el caso de la famosa, ventura y longal en el valle ourensano de Monterrei, la amarelante en Manzaneda y la reigona en Valdeorras, la garriga y la loura en Chantada o la luguesa y la parede en Lugo.