Procedente de Bilbao, el Blue Star reintrodujo en Galicia viejos miedos al haber quedado a la deriva en el fondeadero natural de Ares. Sus 128 metros de eslora y 19,50 de manga le hacen muy visible en su lecho de arena y rocas. Son 7.386 TRB a disposición de vientos y olas. Y en el camino se ha quedado el objetivo de alcanzar el puerto de A Coruña, donde debería cargar en el pantalán 1 de la terminal de Repsol 6.000 toneladas de productos.

Desde un principio, los veteranos profesionales de la mar hablan de dificultades para el salvamento del barco. Y sus temores parten de las piedras que el quimiquero tiene a popa. La proa, apuntando a la costa, como si una fuerza descomunal lo hubiera lanzado contra esta, como lo hizo también a los piés de la Torre de Hércules con el Aegean Sea.

El quimiquero navegaba en lastre, lo que elimina el más importante de los peligros tanto para el buque como para su tripulación, si bien queda el combustible de sus tanques de autoconsumo. Y tiene doble casco, algo reglamentado desde hace años. La dotación humana del barco, a salvo. Y la responsabilidad del salvamento del buque, en manos de la Administración central y de la Xunta, porque ambas tienen pito que tocar en este caso.

Por medio, la cantinela habitual: el Gobierno debe transferir a Galicia las responsabilidades del Salvamento Marítimo. Olvidan que hay otras nueve comunidades autónomas y dos ciudades asimismo autónomas que deben atender sus costas y sus flotas, y que si se transfiere a ellas el Salvamento Marítimo, no se salva ni dios en el rifirrafe de las competencias y el gasto público destinado a la zona litoral española.

¿Y los puertos refugio?, se preguntan algunos. Bien. Como siempre. Cada puerto español, cada golfo, cada zona natural de fondeo para que el buque en peligro pueda esperar ayudas son lugares de refugio. El fondeadero de Ares lo es. Y el puerto de A Coruña, al que el Blue Star intentaba llegar, también. Pero no pudo hacerlo. Como tampoco lo logró el Aegean Sea.

El puerto o lugar de refugio no pueden evitar que un buque en ruta registre un incidente en la sala de máquinas y que el navío se quede al garete, zarandeado por el fuerte viento y las olas de cinco metros. ¿El puerto de punta Langosteira, dice usted? Pues también bien, gracias. ¿Qué iba a hacer allí el Blue Star? Mejor cobijo que el fondeadero de Ares no lo iba a ofrecer Langosteira, zona en la que estos días se han registrado picos de olas de hasta 14 metros. ¿Se imagina el lector lo que podría ocurrir al quimiquero si se queda sin gobierno en las proximidades de punta Langosteira? Probablemente hoy estaríamos lamentando la existencia de víctimas humanas en lo que, ahora mismo, no es sino un incidente.

El miedo es libre. Y los recuerdos permanecen desde que tenemos memoria de los accidentes registrados en la costa gallega, marcados indeleblemente por el Urquiola, el Cason, el Aegean Sea y el Prestige, entre otros. Junto con los daños medioambientales, la secuencia de víctimas y los pasos que se han dado para dar respuesta en la mar a lo que la mar convierte en accidente.

Esperemos que el de Ares no sea en su resultado final más que un incidente. Lo deseo fervientemente. Y pido a Eolo, a Neptuno y a la Virgen del Carmen „por pedir que no quede„ que se confabulen para lograr que el quimiquero abandone con bien su cama de arena y de piedras y pueda ser remolcado para reparar previsibles daños en el casco; que la tripulación se recupere del susto, y que el pueblo gallego pueda seguir mirando al mar para seguir soñando en días tranquilos.

Por lo demás, los puertos y zonas de refugio siguen estando, repito, donde siempre han estado y los marinos conocen perfectamente dónde y cómo han de esperar a que pasen los efectos borrascosos de un mar que, como el nuestro, tiene una costa dura, difícil, de pura roca a veces traicionera.