Cerqueros, arrastreros, volanteros, se van. La base sustancial de la flota gallega se marcha. El primero en hacerlo ha sido el Serenín, que tenía hasta ahora su base en Celeiro y, desde hace días, la tiene en el puerto vizcaíno de Ondárroa. De Muros se han ido también al menos un par de barcos, que fijan su base en la vecina Asturias. Y de Corme han salido, con ánimo de volver solo de cuando en veces, para asentarse también en el País Vasco, donde son acogidos con los brazos abiertos. Barcos con tripulantes gallegos y de armadores gallegos, que utilizan mayoritariamente el puerto de Santoña para desembarcar y vender sus capturas a mejores precios que en los puertos gallegos, con lo que dan a los puertos vascos la riqueza que no entra en su tierra de origen.

En Galicia, afirman armadores con muchos años de oficio, tanto barcos como tripulantes no reciben otra cosa que "palos": peores condiciones para poder pescar (cuotas escasas), controles exhaustivos por parte de los distintos servicios de inspección pesquera (de la Xunta, de la administración central, de la UE) y la presencia continuada de barcos portugueses que incumplen sistemáticamente las normas de pesca en el caladero Cantábrico Noroeste. Son estos barcos que faenan durante el fin de semana mientras la flota gallega permanece amarrada, barcos que siguen utilizando artes prohibidas como es el denostado tren de bolos que pasa sobre las piedras del fondo marino y arrasan el caladero, barcos que pescan en aguas en las que faenan de lunes a viernes los barcos gallegos pero que venden sus capturas de fin de semana muchas horas antes de que puedan hacerlo a partir del lunes las embarcaciones gallegas, con lo que estas subastan sus capturas a precios muy inferiores a lo alcanzados por los portugueses debido a la saturación de los mercados.

Se van los barcos gallegos y se resienten los puertos, las economías de las poblaciones en las que tenían su base, las empresas suministradoras de víveres, las cofradías de pescadores, las lonjas locales, las instalaciones de fabricación de hielo en los puertos de aquí, y el incremento del número de buques pesqueros en los puertos vascos son una bendición para seguir presionando en Madrid para lograr más cuota de pesca (al tiempo que en Galicia se merman las posibilidades de aumentarlas).

La Xunta lo sabe, pero mira para otro lado. Es como si no le importara lo que está sucediendo. Tal vez piensa que, a corto plazo, se va a repetir la experiencia de armadoras que compran en Euskadi barcos que engrosan el censo de pesqueros en la comunidad gallega. Pero es que, en esta ocasión, no son barcos que compran armadores vascos, sino barcos cuyos armadores se van a otra comunidad autónoma, en este caso al País Vasco, porque de este modo pueden pescar, ahorrar en los gastos de combustible, lograr una mejor cotización para sus capturas y más derechos de los que aquí, en su tierra, se les conceden. Y son recibidos, cómo no, con los brazos abiertos. De seguir así, muy pronto Galicia perderá una parte sustancial de esa flota que le da primacía en el conteo de unidades de pesca y que hace que se le considere la región pesquera más importante de la Unión Europea. ¿Por cuánto tiempo? Este, el tiempo, lo va a decir. Porque los que se van dicen que no van a volver. Se quedarán allí, donde son bien recibidos. Y Galicia perderá su esencia marinera, principal seña de su identidad secular.

Me pregunto si la Consellería do Mar intentará cambiar el rumbo de lo que, ahora mismo, parece irreversible.