La caballa parece haberse despedido de las frías aguas de Noruega y el Norte de la islas británicas y ha sido recibida con todos los honores en el Golfo de Vizcaya donde, una decena de barcos „dos de ellos arrastreros„ "fixeron o quiñón", dicho muy popular cuando se llenaba "barco y lancha" y se vendía en lonja poco después de que la sirena „por su número de "pitadas"„ informara al personal de las capturas realizadas. Hoy no pita ningún barco y resulta impensable llenar de pescado el parque de pesca y, además, la lancha que, hace 60 años, remolcaban los pesqueros. Doscientos mil kilos de xarda se han vendido en el puerto vizcaíno de Ondárroa, recién iniciada la costera esta semana. Pero el precio registrado ni mucho permitió lanzar cohetes de satisfacción por la cantidad de pescado ni por el montante de lo recibido por una venta que apenas llegó al euro por kilo.

Pero la caballa está ahí. Los vascos han acogido con alegría su aparición, a la vez que tanto ellos como la media docena de embarcaciones gallegas desplazadas a aguas del Golfo de Vizcaya anotaban en el libro de faltas la ausencia de una anchoa que se hizo ver en el caladero nacional Cantábrico Noroeste con su cohorte de sardinilla y que ha tomado las de Villadiego (porque nadie la ha visto desde las primeras ventas en las rulas vizcaínas. Que tampoco fue "regalía", porque los precios alcanzados no fueron como para figurar en el índice del Ibex (en absoluta capa caída, por cierto, merced a los golpes bajos del coronavirus que a todos nos trae de coronilla) en un "hasta más ver" que preocupa.

Sí, cuando la anchoa duerme, la caballa despierta. Pero las cuentas no dan para mucho. No cuadran. Y menos mal que el combustible de los barcos se mantiene terne gracias a la reducción drástica de su consumo (también gracias al coronavirus). No se consuela quien no quiere.

No son, no, aquellos tiempos en los que las tarrafas atracaban en medio de una nube de gaviotas ansiosas de hincar el pico en la plata de unos cuerpos tersos, brillantes a la luz de la luna, todavía vivos sobre la tablazón de la cubierta. Tiempos en los que se arremolinaban en el muelle aquellos que querían información de primera mano sobre la calidad „indudable„ de una xarda o caballa que a unos concede ahora derechos históricos y a otros, los gallegos y los asturianos, no se los reconoce la Secretaría General de Pesca de un Ministerio que no quiere saber, no quiere decir, se niega a pensar.

Ojalá la caballa contribuya a hacer lo que la anchoa no ha logrado y mantenga el impasse hasta que reine la sardina. Pero su abundancia hace presagiar que la rentabilidad no será lo suyo.