Max ha vuelto a sus orígenes más salvajes. La línea más artística y conceptual que llevaba desarrollando el dibujante en los últimos tiempos ha sufrido una disrupción a causa de la pandemia, un virus que casi todo lo ha trastocado. El Premio Nacional acaba de publicar el panfleto Manifiestamente anormal, en el que recupera el espíritu gamberro que destilaban revistas míticas de la Transición como El Víbora y El Jueves en sus inicios. "Todos aquellos que me preguntaban si volvería a hacer algo como Peter Pank, pues aquí lo tienen", espeta Francesc Capdevila desde su casa.

Esta páginas que juegan con el blanco, el negro y el color ámbar surgieron a raíz de la conversación de Max con una amiga en pleno confinamiento. "Los dos estábamos de mal humor. Me senté a pensar y a dibujar. Ya era la tercera semana de encierro, y el estupor del principio había pasado un poco. Pero me sentía enfadado y necesitaba entender algo y expresarme ante una realidad muy dura y el mensaje de 'todo irá bien' lanzado por los medios y los políticos. Fui dibujando al hilo de las noticias de la radio y la prensa", cuenta. A la manera tradicional, cada capítulo gira en torno a alguna de las temáticas que protagonizaron titulares y se colaron en el día a día. El tono empleado es furioso, malediciente, deslenguado, "políticamente incorrecto".

"Los muertos en las residencias de mayores es lo que más me cabreó", confiesa el dibujante, indignado. "Es cierto que toda la sociedad es responsable del paulatino aislamiento de la gente mayor, pero lo sucedido va más allá y por eso deberían depurarse responsabilidades". Otro de los momentos enervantes para Max fue cuando volvió a invocarse la ley mordaza "con la excusa de la desinformación por la proliferación de fake news", comenta.

El vehículo de estas historietas es un único personaje, un ser airado que emplea el humor en parte como catarsis. "Quería dar rienda suelta a esa mala leche fruto de la angustia porque nadie lo estaba haciendo". Pero el mecanismo de la risa no solo era un camino de purificación, sino que el propio autor elabora en el panfleto una reflexión acerca de los límites del humor mismo. "En un momento determinado de la historia hay un giro", desvela.

El propio Max se encontraba elaborando un chiste en torno a la denominada policía de balcón durante el confinamiento. "Pensé en un gag y en él me imaginé a los francotiradores de azotea. Dos días después se publicó la noticia de que una niña había resultado herida al recibir un disparo de una escopeta de perdigones. A partir de aquí, me replanteé todo el panfleto y le di un giro para llevarlo a un final diferente", comenta. Uno de esos finales pivota sobre los límites del humor.

"Es un terreno pantanoso. Una cosa es que te imagines un chiste y otra que eso suceda en la realidad, como me pasó a mí con el chiste del francotirador de la azotea. Eso te lleva a reflexionar: al final lo más bestia son las cosas reales", comenta el dibujante. "Y yo no me quería sentir mal después de aquel gag", confiesa.

"Sobre los límites del humor se ha hablado mucho desde lo que pasó en Charlie Hebdo o aquella polémica portada de El Jueves. Yo creo que no se puede afirmar que el humor no tiene límites. Cada persona tiene los suyos y también pesa la realidad social del momento. Lo que sí creo es que nadie nos ha de marcar esos límites y que cada autor ha de poder decidir hasta dónde llega y ha de tener la responsabilidad de poder meditar bien sobre ello", reflexiona Max. "A mí hay una frase que me gusta mucho: el límite del humor hace frontera con la ilimitada estupidez humana", expone.