La campaña de este verano atípico se ha convertido en una suerte de carrera de obstáculos para los hoteleros gallegos. Los recintos empezaron a abrir sus puertas de manera masiva este mes y se niegan a dar por perdida la temporada. Estos primeros fines de semana de la era pos-Covid han conseguido ocupaciones aceptables, incluso por encima de lo que suele resultar habitual para la época, en los hoteles familiares que inundan la costa. Son los primeros días para experimentar los nuevos protocolos a la hora del desayuno, las entradas y las salidas y las áreas de baño. Esta fase de ensayo y error se vive con incertidumbre para los hosteleros y con aceptación por parte de los huéspedes que comienzan a acostumbrarse a hacer cola para pedir su bufé libre -que ha dejado de serlo al ser servido por camareros- y a madrugar un poco más para ocupar las pocas tumbonas de las zonas de baño.

En la mayoría de hoteles abiertos en Galicia, el gel hidroalcohólico se ofrece antes de acceder a la recepción y, de nuevo, se puede encontrar sobre el mostrador y en las estancias comunes. La atención al huésped por parte del personal de la entrada se realiza desde una pecera. Las llaves se las queda el visitante durante toda su estancia y no las devuelve hasta el momento del check-out. Con la mascarilla de uso obligado en todo el recinto, una vez dentro de las habitaciones, los establecimientos han eliminado casi todo el ornato. Se han quedado con lo imprescindible.

Por los pasillos deambula continuamente el personal de limpieza con sus vaporizadores antibacterianos omnipresentes.

Para los hoteles familiares, muy numerosos en el caso gallego, la pandemia ha supuesto un doble reto. Primero, porque su actividad ha estado interrumpida durante casi cuatro meses; y ahora, porque precisan de un mayor refuerzo de personal para las nuevas tareas.

Este esfuerzo se hace más que patente en el desayuno. Parte del personal desinfecta los puestos de los huéspedes tras su uso. La mesa central del bufé se ha llenado de bollería embolsada. El café, las tostadas, los huevos revueltos, el embutido y hasta la fruta se sirven detrás de una barra donde los empleados de cafetería se esmeran en agilizar el trámite sin conseguir que en hora punta (a eso de las 10.30 horas) se formen colas durante minutos para poder disfrutar de uno de los momentos más apreciados por los visitantes.

Tras el desayuno, quienes se decantan por usar la piscina, casi deben batirse en duelo para hacerse con una de las escasas tumbonas de las zonas de baño y a una distancia mínima de metro y medio. Siempre serán una buena opción para evitar los arenales con aforo limitado, cada vez más propensos.