Si la navegación en zigzag fue errática en los primeros días del conocimiento que todos teníamos de la presencia en las proximidades de Angola (Oeste de África) del carguero ruso Sevmorput, que en los últimos días este apareciese en los sistemas de seguimiento como pollo sin cabeza es, cuando menos, desconcertante.

¿Qué es lo que ocurre a bordo de este navío cuya fuente de suministro como combustible para la navegación es la derivada del uranio, navegue sin que su rumbo, a primera vista, tenga absolutamente nada que ver con las trazas normales para la fijación del que, teóricamente, le situaría a finales de este mes en la desembocadura del río Neva (Golfo de Finlandia) donde luce hermosa la antigua capital del Imperio ruso, hoy San Petersburgo?

Hay algo en ese buque que, más allá de los peligros que se derivan de su condición nuclear, obliga a pensar que se ocultan cuestiones que superan la pérdida de parte de una de las palas de la hélice. Se ha cambiado el capitán debido a que el titular del Sevmorput se hallaba indispuesto. Helicópteros y aviones españoles han seguido la trayectoria del navío y, al menos que se sepa, no han detectado nada que sea irregular. Pero el comportamiento del carguero ruso es el que correspondería a un mando indeciso, a una avería que no permite una navegación en condiciones, o a unas órdenes inconcretas sobre su destino final.

Nadie, ningún país atlántico quiere al Sevmorput en sus cercanías y, mucho menos, en sus puertos.

Superado el archipiélago canario en dirección norte, el navío viró al noroeste y, tras horas de navegación, realizó otro giro de 180 grados (el primero fue frente a Angola) para poner proa otra vez a la costa africana. No explican el porqué y no resulta fácil adivinar lo que acontece en ese armatoste IMO8729810, construido en Ucrania para la compañía Russian Breaker que, sin encontrarse ahora mismo al garete, da la impresión de no disponer de órdenes concisas que induzcan a sus mandos a fijar una ruta que le lleve a un lugar determinado.

¿Por qué ese ir y venir, esa especie de navegación con la letra de una pegadiza canción —un poquito p’alante, María, un poquito p’atrás— y música de la vieja yenka como temas de fondo ajenos por completo a la música rusa?

¿Qué ocultan los tripulantes? ¿Qué silencian los armadores? ¿Qué callan las autoridades ante la evidencia de que los 260,3 metros de eslora del Sevmorput son una amenaza lo suficientemente expresa como para que el buque y su casi centenar de tripulantes sean ahora mismo una gran preocupación para la costa atlántica de África y Europa? ¿De verdad no tiene otro problema de más gravedad que la avería en la hélice, que ya no es de poca monta? ¿Conviene a alguien silenciar los problemas que pueden existir en el buque ruso? Y si fuese así, ¿qué se gana con tal silencio?

Hace unos años, Gibraltar acogió en sus instalaciones portuarias un navío nuclear británico averiado. España protestó y lo hizo con vehemencia. Hace unos días, el Sevmorput se aproximó ¿en demasía? a las Islas Canarias. Luego lo hizo frente a las costas marroquíes. En todos los casos se le prohibió acercarse a puerto. Lo nuclear tiene infaustos recuerdos, pero las boyas de puertos españoles pueden dar fe del amarre en las mismas de buques nucleares y sin que nadie explicara por qué.

No creo que sea un puerto español el destino circunstancial del carguero ruso. Pero la Dirección General de la Marina Mercante debiera explicitarlo. No tanto por acallar dudas como para desterrar miedos justificados. Los gallegos lo tenemos y sumamos sobradas experiencias de decisiones infaustas que van de la catástrofe del Urquiola a la del Cason, pasando por la del Mar Egeo a la del Prestige. La lista es más amplia, pero los cuatro buques citados nos recuerdan errores clamorosos de los que, al final, nadie se ha hecho cargo.

Que no ocurra lo mismo, por favor, con el Sevmorput. Que este viejo buque rinda viaje a San Petersburgo y que nos les pase nada. Amén.