Luis Antonio Sáez es doctor en Economía, profesor en la Universidad de Zaragoza y director del Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales. Es uno de los mayores expertos en despoblación y mañana jueves estará en la Fundación Paideia para participar en la conferencia Territorio incluida en el ciclo Hacia una nueva ruralidad. Territorio, diseño y sostenibilidad. El evento comienza a las 18.30 y la asistencia es gratuita, previa inscripción.

Imaginemos que esta entrevista la lee un alto cargo de la Xunta o del Gobierno que tiene entre sus competencias la lucha contra la despoblación. ¿Cuáles serían las líneas maestras que tendría que tener en cuenta?

Apostaría por tres líneas maestras claras. Trabajar en equipo y trabajar los temas de forma integrada porque todos están relacionados. Trabajar entre todas las áreas de Gobierno, entre diferentes niveles de Gobierno y con la sociedad civil y las asociaciones no gubernamentales.

Los retos son horizontales (envejecimiento, innovación, conciliación, calidad de vida en el rural) y sin embargo se siguen encarando de manera sectorial o vertical, que es un concepto decimonónico.

¿Qué más le diría a ese político?

Que estudie y baje al territorio. Hay que estudiar y ver qué pasa en otros lugares. Pasa como con el COVID: hay que estudiar lo que pasa en otros países y hasta en otras comunidades autónomas, pero también bajar a la planta del hospital. No se puede hacer medicina ni terapia ni estrategias sin pasear y, claro, pasear fuera del coche oficial escuchando a la gente, empapándote del territorio porque no es lo mismo el interior de Lugo u Ourense que la fachada atlántica de Galicia.

¿Y la tercera clave?

Hace falta mucho más un sentido deportivo de la crítica y el debate. Aceptar la crítica, aprender de los errores. Hay muchos casos de éxito que se describen, pero no se analizan. Y huir, eso sí que me dio miedo cuando leí la estrategia de Galicia, de planteamientos enciclopédicos, de esa especie de horror vacui de querer abarcar todo. Es mejor hacer planteamientos sobre proyectos adaptados al territorio que no querer hacer una enciclopedia que luego es inaplicable. Hay que ser realista.

No le da la sensación de que desde hace tiempo se habla mucho de lo que hay que hacer para evitar la despoblación, pero al final no se hace nada.

La política tiene un punto de espectáculo: más buscar el efecto que intentar afrontar el problema de fondo. Y la despoblación es un tema tan amplio que se presta a ser comodín de todo. Una vez titulé una conferencia Por qué le llaman despoblación cuando no saben qué decir. Ya que tenemos un medio rural envejecido, vamos a desarrollar bien la Ley de la dependencia que daría mucho juego adaptándola, por ejemplo, al contexto de las pequeñas aldeas en Galicia o la conciliación laboral de una determinada manera. O vamos a ejecutar bien las formas de participación que tienen los pequeños ayuntamientos.

La despoblación es un problema que necesita medidas a largo plazo, y la política es cortoplacista. ¿Va a ser imposible arreglar el problema de la España vaciada?

Cierto. Hay ese vicio del cortoplazo, del espectáculo, pero hay otra cuestión previa y es que el problema de la despoblación en sentido numérico es un imposible. Es como si la madrastra de Blancanieves quisiera ser más joven cada vez. Muere más gente en España de la que nace. Hay un estudio de principios de siglo que dice que para mantener la estructura en términos de proporción de jóvenes cada mujer española tendría que tener seis hijos y aunque estén llegando ciudadanos de otros lugares no es suficiente. Ponerte una meta que es imposible en términos aritméticos produce frustración y, por otro lado, te hace tomar decisiones erróneas.

¿Qué podemos hacer entonces?

Aprender a vivir en baja densidad sabiendo que somos menos. La baja densidad tiene desventajas, pero también tiene sus ventajas, como se ha demostrado con el COVID. Países como Canadá, Suecia, Finlandia también tienen problemas de baja densidad de población y consiguen un grado de cohesión bastante aceptable. ¿Cómo conseguimos que en un territorio con una baja densidad, tal vez envejecido, que tiene sus pros y sus contras, esas personas se realicen y que como comunidad esté relativamente cohesionada? Si estamos obsesionados por el número es una meta imposible. Vamos a trabajar más sobre la idea de las personas en cada etapa de su vida y según las expectativas que tengan.

En Galicia, el saldo vegetativo está en negativo desde hace más de dos décadas. ¿La inmigración solucionaría en parte el problema?

Las personas que van a venir de fuera lo van a hacer por un tema laboral y sus expectativas no son tanto el terruño. No tienen una familia detrás, y piensan en retornar como ya lo hicieron los gallegos que, por ejemplo, fueron a trabajar a Suiza. Son personas con mucha movilidad en los que la función principal es el mercado laboral y el arraigo rural puede suceder, pero no va a ser el elemento principal.

Y luego están los emigrantes. En Galicia hay 2,7 millones de habitantes y otro medio millón reside en otros países.

El quid de la cuestión es si esas personas que vienen lo hacen con ganas, lo hacen de forma voluntaria, no porque no tengan oportunidades en sus países de residencia. Todo proceso migratorio es muy complicado. Y después está la sociedad de acogida que tiene que ser abierta para acoger la diferencia, que siempre es complicado. Por eso el populismo engancha con este eje, porque es un elemento complicado de gestionar y es fácil equivocarse.

Entonces, ¿la solución está más dentro que fuera?

Si el horizonte es tener un Corte Inglés al lado de casa o poder elegir entre diez bares es mejor vivir en un área metropolitana, pero si valoras, por ejemplo, ir por el monte, cruzarte con un zorro, ver tres buitres y estar en un lugar que no oyes a nadie es mejor un lugar más tranquilo. Pero puede que te guste las dos cosas.