La casa vacía de los abuelos, la segunda residencia de los padres o el piso que tenía en alquiler la familia se han convertido en el año del COVID en el nuevo hogar de cientos de parejas a los que los ERTE llevaron a una situación económica complicada o de jóvenes que querían emanciparse pero que la crisis frustró sus planes por la falta de unos ingresos que le garantizasen el pago del alquiler y, menos todavía, el desembolso que exige una hipoteca. La pandemia ha hecho caer las viviendas en régimen de alquiler en Galicia en favor de la cesión gratuita a familiares, la inmensa mayoría de padres a hijos. La crisis sanitaria ha aumentado esta modalidad un 11%, al pasar de las 70.200 contabilizadas en 2019 a las 77.800 del año pasado, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Los pisos y casas que son prestadas por un tiempo a familiares o amigos de manera gratuita en la comunidad suponen ya el 7% de todos los hogares. Se trata de la cifra más alta desde 2014. Entonces eran casi 80.000 las viviendas cedidas, que representaban el 7,4% del conjunto de los inmuebles habitados en Galicia.

Empresarios inmobiliarios y expertos tributarios auguraban en el arranque de año que la crisis del COVID provocaría un aumento de la cesión gratuita de viviendas, bien del piso vacío en las afueras o incluso el que tenía la familia en el centro para alquilar, pero también de las casas de los abuelos en las aldeas o la periferia de las áreas urbanas que, hasta ahora, incluso en el verano, permanecían cerradas.

La escalada de precios de la vivienda de alquiler, el incierto futuro laboral por los ERTE, las reducciones de jornada, los cierres de negocios, los despidos, el incierto futuro laboral… Son los factores clave que en el último año han llevado a miles de jóvenes a posponer su intención de emanciparse o de muchas familias a hacer la mudanza a una vivienda más amplia. Muchos han tenido que volver al hogar familiar por la imposibilidad de hacer frente a las facturas, la más voluminosa la del arrendamiento.

Emancipación

En la actualidad, siete de cada diez menores de 35 años en Galicia (el 66,7% del total) viven en casa con sus padres por falta de oportunidades laborales o de estabilidad en el trabajo. Esta cifra es la más alta desde que existen registros y coloca a la comunidad gallega como la sexta con menos jóvenes independizados. El retraso en la emancipación se concentra en el grupo de menores de 25 años: si hace cuatro años eran un 88,7% en la actualidad ya son el 93%.

Pero los hay que han tenido la suerte al poder irse de casa de sus padres o se han podido ahorrar el pago del alquiler en un año marcado por la crisis sanitaria al trasladarse a un inmueble cedido.

Esta cesión se suele hacer cuando hay una relación de parentesco o confianza ya que se trata de una propiedad valiosa, por lo que padres, abuelos o amigos estrechos hacen entrega de su piso mientras sus nuevos inquilinos no están en condiciones de arrendar o adquirir uno. Puede hacerse una cesión temporal o sine die, de manera gratuita o a bajo precio, aunque por lo general los nuevos propietarios solo corren con los gastos de luz y agua.

La crisis provocada por el estallido del COVID no ha tenido el mismo impacto en todas las comunidades en lo que a cesión de viviendas se refiere. En el conjunto del país, el préstamo a familiares o amigos estrechos es de casi 1.100.000 pisos o casas, un 5,6% más que el ejercicio anterior. Este porcentaje es la mitad del registrado en el mercado inmobiliario gallego.

Únicamente experimentaron una tendencia a la baja en esta modalidad respecto a 2019 cuatro autonomías: Aragón (-19%), Madrid (-15,77%), Castilla y León (-15,7%) y Baleares (-12,3%). Aunque es Andalucía el territorio con más inmuebles cedidos a coste cero (cerca de 233.000) seguida de Cataluña (155.000) y Comunidad Valenciana (casi 127.000), Murcia, Asturias y Navarra son por este orden las que protagonizaron un mayor aumento de esa modalidad: un 41,3%, 37,7% y 30%, respectivamente.

De Toques al centro de A Coruña

De Toques a pleno centro de A Coruña. El pasado otoño, Carlos, de 31 años, hizo las maletas de la casa familiara casi 80 kilómetros de la ciudad para asentarse en el piso que hasta hace nada tenían alquilado a una pareja desde hace cuatro años. “Los chicos me dijeron que se iban porque habían comprado una vivienda; entonces decidí no ponerlo de nuevo en arrendamiento para que mi hijo se asentase en A Coruña”, relata María.

Con la crisis del COVID, la cesión del inmueble permitiría su hijo tener menos dificultades para llegar a fin de mes “ya que hoy se está con trabajo —comenta— pero en unos meses quién sabe”. “La renta de arrendamiento era una ayuda, pero más le supone a mi hijo tener un techo sin la preocupación de una elevada factura todos los meses”, comenta María, al tiempo que reconoce el temor a los impagos por el impacto de la pandemia debido a la incertidumbre laboral en todos los sectores y actividades.

“Mi hijo empieza ahora su vida de manera independiente, si yo le puedo ayudar cediéndole por un tiempo el piso, lo hago. Hay que echarles una mano cuando lo necesitan”, explica.

Begoña comenzó en verano una nueva etapa en Ourense, donde residen sus padres. Ella se quedó sin trabajo en Lalín y encontró en un supermercado de la ciudad de As Burgas empleo a media jornada por lo que no dudó en trasladarse con sus dos hijas. Como el sueldo no daba para piso y gastos del mes, sus padres no dudaron en poner a su disposición un piso que llevaba vacío un par de años. “Aunque no está en mismo centro, no está tan lejos de mi trabajo y al lado hay colegios. Al menos tengo un trabajo con el que ir tirando; y si no tuviera este piso tendría que volver a casa de mis padres con 45 años que tengo”, comenta Begoña.