El 80% de los usuarios de Proyecto Hombre ya padece una patología dual
La adicción y los problemas de salud mental se combinan más que nunca por el consumo prolongado de estimulantes y la iniciación en la toma de sustancias a edades más tempranas

Cristina Arufe, Ofelia Debén y Remedios Martínez en la entrada de Proyecto Hombre en Vigo. / J. Lores
Patricia Casteleiro
Proyecto Hombre tiene más 400 usuarios en Galicia, repartidos en sus tres sedes de Santiago, Vigo y Ourense. Las profesionales de la entidad advierten que, entre ellos, en los últimos años despuntó la patología dual: son adictos que además padecen una enfermedad mental.
Cuando llegan a rehabilitación, tienen que tratarse por separado, dado que no son capaces de integrarse en otros servicios por su intenso problema de salud mental. Cristina Arufe, responsable del proyecto Acougo, el único programa residencial de Galicia de patología dual, explica que «cada vez hay más población joven con trastornos crónicos, con medicación psiquiátrica y una adicción». Son mujeres y hombres, aunque ellas aparecen cada vez menos porque, dice, «les cuesta más pedir ayuda».
La terapeuta Remedios Martínez añade que hay ciertas variables que influyen en el cambio de perfil: «En estos momentos hay mucha más población con problemas psiquiátricos producto de muchos años de tomar sustancias, por lo que el deterioro acaba apareciendo». También entra en juego la forma de consumir de los jóvenes, de una manera más compulsiva, que hace que la sintomatología se anticipe. Además, la población es más vulnerable y la droga está más adulterada.
«Así como en los 80 y 90 la sustancia principal era la heroína, ahora las estimulantes como las pastillas, la cocaína, el MDMA (éxtasis) o el cannabis, que desestabiliza el sistema nervioso central, son las más consumidas. Esto provoca un notorio deterioro», indica la directora Ofelia Debén.
«El problema ya no es el inicio, sino cómo se continúa. Hay un nivel de consumo muy potente. Pensar que por hacerlo un día a la semana o de vacaciones estoy a salvo, habrá que verlo. Hay que estudiar de qué forma afecta y hasta que punto uno es dueño de sí mismo», añade.
El perfil
El usuario medio de Proyecto Hombre es un hombre en los 30 años, consumidor de drogas estimulantes, con estudios básicos y experiencias laborales.
Ellas están, pero no se les ve: «Hay un problema muy serio con el acceso retardado de las mujeres a los centros. Tardan más en venir por los cuidados y el estigma» , señala Debén.
«El alcohol es la puerta de entrada para el consumo de otras sustancias. A partir de ahí, el cannabis, la cocaína y otras drogas. El recorrido es largo porque pasa tiempo hasta que estas nuevas sustancias son limitantes», añade Martínez.
La terapeuta explica que el detonante por el que los adictos deciden tratarse suele ser ver afectados aspectos de la vida cotidiana, como la pérdida del trabajo, asuntos judiciales, deudas y, sobre todo, que sus redes de apoyo decidan poner límites. «También vienen porque sus tratamientos fracasaron en otros centros y aquí el proceso es más largo», dice. «Trabajamos para que las personas puedan reconducir su vida, conociéndose mucho y sabiendo cuáles son sus puntos débiles», dice Debén.
Rehabilitación de madres
Dependiendo de su situación personal, el adicto encaja mejor en una forma de recuperación u otra. El programa básico, residencial, funciona a tiempo completo y es para un perfil en el que los usuarios no son capaces de compatibilizar una vida sociolaboral ligada al tratamiento. En el centro están todo el día ocupados, no para pasar el tiempo, sino para trabajar en sí mismos. Hacen desde actividades de huerta y jardín, a hípica, mantenimiento, cocina o lavandería. «Es una microsociedad», apunta Debén.
Pero, más allá, hay adaptaciones, como continuar con el trabajo o con la conciliación familiar. «Los seres queridos son un apoyo fundamental porque garantizan que la persona evoluciona o informa si hay tropiezos». Ellos también tienen que ir a su propia terapia, para saber como cuidarse y hacerlo con los suyos.
Además, en la unidad de Santiago, ubicada en Val do Dubra, existe la posibilidad de que usuarias que fueron madres recientemente entren en Proyecto Hombre y sus hijos puedan asistir a la guardería de la localidad. Después les van a buscar y pasan el tiempo en comunidad. De esta forma no se rompe el vínculo y pueden aprender a convivir con ellos.
Fuera del régimen de residencia, también hay un grupo de adolescentes: menores de edad con adicción al juego o a las drogas. Son menos de diez.
Lo más difícil
Para Santiago lo más complejo fue llegar a conocerse a sí mismo y tener que aceptarse. «Yo tenía un concepto de mí de que era muy valiente y buena persona. Te das cuenta de que no eres tan genial como te ves. Es la época más difícil y en la que haces el mayor cambio», cuenta el exusuario. Su terapeuta añade que la toma de conciencia implica aceptarse y asumir que la persona en recuperación va a tener que renunciar a muchas cosas que otras personas no.
En otro nivel también está dejar amistades que no son beneficiosas. «Cuesta, crees que tienes que dar explicaciones. Pero aprendes a ver lo que es un vínculo de verdad», dice Santiago. Comenta que el año pasado fue a un concierto y lo hizo necesariamente con una persona de confianza, que sabía que le iba a cuidar y a no dejarle cruzar límites. «Eso es algo que tienes que hacer toda la vida. El alcohol fue mi droga vehículo. Está muy normalizado, es muy peligroso y conduce a todo lo demás», apunta.
Ahora que está bien, no deja atrás Proyecto Hombre. Va de forma voluntaria a acompañar a otros que están donde estuvo él, en proceso. «Hay que pedir siempre ayuda, a familiares o amigos. Todos la necesitamos. No es una vergüenza», concluye.
«Lo más duro es cuando llegas a conocerte a ti mismo»
Santiago cayó en la adicción igual que muchos, bebiendo alcohol y pasando de nivel después. Hasta el punto de «verse al borde del precipicio». Tomó su primera copa (de forma lúdica) con 13 , fumó hachís con 16 y en 2017, con 41 años, la cocaína ya no le permitía seguir disimulando. Era una forma de evasión y una tapadera, una excusa para no enfrentarse a sus problemas y a él mismo. «Mi mujer me puso contra la espada y la pared. Vine con ella, estaba hecho polvo», recuerda emocionado. Al llegar a Proyecto Hombre y ser escuchado se sintió comprendido. «Había muchas normas que cumplir, pero sentía que estaba en un refugio», dice. El proceso de recuperación es largo. En su caso pudo seguir trabajando mientras se trataba. No lo comunicó a nadie porque tenía pánico a contarlo: el estigma estaba presente.
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