El fuego preventivo se apaga
Hace cuatro años, la Consellería do Medio Rural se propuso quemar 3.000 hectáreas de forma controlada para prevenir incendios, pero el año pasado solo pudo actuar sobre 554 hectáreas, tras rebajar sus expectativas a 1.600. Las condiciones de calor y viento condicionan esta práctica

Unos bomberos realizan una quema controlada cerca de una casa en Carnota. | Lavandeira Jr./Efe
DAniel Domínguez
En agosto de 2006, Galicia sufrió uno de sus peores momentos en la lucha contra el fuego. Ese mes ardieron 77.000 hectáreas y murieron cuatro personas, con jornadas en las que se superaron los 150 focos activos al mismo tiempo. Uno de ellos se produjo en el barrio del Romaño, en el acceso norte de Santiago. El primer periodista que llegó al lugar en compañía de un fotógrafo presenció cómo los bomberos utilizaban quemadores para encender vegetación cerca de las casas de forma controlada para así cortarle luego el paso a las llamas que descendían por las laderas contiguas. «Por favor, esto no lo saquéis», pidió entonces uno de los miembros del servicio de extinción, exhausto ante una ola de llamas que aún perdura en la memoria.
Aquella anécdota ilustra los problemas para justificar el uso del fuego como método de prevención para eliminar biomasa, además de las limitaciones normativas existentes, a pesar de que las quemas prescritas responden a una planificación detallada sobre topografía, meteorología o combustibles a utilizar. En 2021, la Xunta comenzó a planificar un cambio en el decreto que regula esa cuestión para facilitar estas prácticas y multiplicar la superficie en la que usar las llamas para prevenir los incendios. «El uso de las quemas prescritas está muy limitado en la normativa y hay una especie de reticencia social a usar el fuego como técnica de prevención; defenderse del fuego con el fuego aún se entiende mal», lamentaba entonces Cristina Fernández, integrante del Centro de investigación Forestal de Lourizán.
Pero aquel plan no ha cumplido las expectativas. El Pladiga de 2022 preveía quemar 3.075 hectáreas de forma controlada para reducir la biomasa y así prevenir incendios, pero la Consellería do Medio Rural solo aplicó esa técnica sobre 627 hectáreas por las condiciones meteorológicas de aquel ejercicio, con muchos días de sequía combinados con lluvias intensas, así como el segundo peor ejercicio desde aquel 2006. Ardieron 44.000 hectáreas.
La tónica se mantiene. El Pladiga de este ejercicio sitúa la previsión de quemas controladas en actuaciones sobre 250 parcelas y 1.436 hectáreas, de las que 622,6 corresponden a la provincia de A Coruña, 386,1 a Lugo, 306,2 a Ourense y 121,9 a Pontevedra.
Pero el año pasado, solo se alcanzó un tercio de lo previsto en el empleo de los quemadores como método de prevención. Medio Rural preveía aplicar estas quemas sobre 1.680,72 hectáreas, pero solo actuó sobre 554,48 en un centenar de parcelas.
Un 2024 cálido y húmedo
El departamento dirigido por María José Gómez alega que estos datos dependen de «las necesidades, demanda o posibilidades de ejecución» y el clima dejó pocas opciones a sus operativos. 2024 fue «extremadamente cálido» con una media de 14,7 grados, convirtiéndolo en el tercero más caluroso desde 1961 después de 2022 y 2023, pero es que también resultó «húmedo», con un 14% más de precipitaciones que lo habitual, alcanzando los 1.469 litros por metro cuadrado. Sin un control exhaustivo de las condiciones (humedad, viento, pendiente del terreno...), Medio Rural no aplica estos trabajos, que considera una «herramienta ideal» para gestionar la biomasa.
El plan para avivar las llamas como escudo ante los fuegos, especialmente contra los «superincendios» que avanzan más del doble de rápido, como los de la localidad lusa de Pedrogao Grande en 2017, se ha apagado. Desde 2013, no se han superado las mil hectáreas afectadas y la aspiración de superar las 3.000 ya es historia.
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