Han pasado seis meses desde que Jean Hager, un suizo de 61 años, y su compañero Roberto Bertaggia, de nacionalidad italo-belga, y de su misma edad, llegaron a A Costa da Morte de paso mientras navegaban a bordo de su yate Searing. Entonces nunca se imaginaron ser los protagonistas de una rocambolesca historia que comenzaba el pasado 3 de junio y todavía no saben cuándo finalizarán, ya que reconocen que la Justicia "va muy lenta".

Esa noche su barco parecía ir a la deriva hacia la zona de la playa y tres marineros de la localidad salieron a rescatarlos. Los turistas siempre defendieron que no estuvieron en peligro, y, prueba de ello, es que no hubo ningún daño, ni personal ni material, pero los rescatadores les reclamaron 26.000 euros por su labor. Desde entonces comenzó una batalla entre ambas partes que se libra en los juzgados y todavía no tiene fin.

El juzgado Marítimo Permanente de Ferrol impuso una fianza de 20.400 euros para poder regresar a su país, o, en caso contrario, dejar el velero como aval. El propietario del yate, Jean Hager, presentó un recurso contra el embargo, que le fue rechazado recientemente. A pesar de la situación, se niega a abonar ese dinero porque le parece una cantidad desorbitada y además insiste en que no la tiene. Jean también aclara que no puede dejar su barco en la localidad y marcharse porque teme que se lo dañen en su ausencia, aunque admite que la relación con los vecinos es muy cordial. "Excepto con tres", matiza.

Roberto y Jean ya tienen asumido que pasarán las navidades en esta pequeña localidad de A Costa da Morte, muy lejos de sus respectivas familias, ya que temen que el caso todavía no se resuelva este año. "Aquí se come muy buen turrón", bromea Roberto, que en estos momentos prepara una exposición con los cuadros pintados por él en un establecimiento de la localidad, mientras mata el tiempo muerto. Desde hace varias semanas Roberto se ha instalado en un apartamento que le prestó un compañero que hizo en Laxe para que pueda pintar tranquilamente, mientras que Jean continúa habitando en el yate.

Los dos insisten en que mantienen su buena amistad, aunque Roberto se trasladó a la vivienda para poder hacer su trabajo y pintar como hacía en su país para sobrevivir. La situación económica de Jean es distinta, puesto que está prejubilado y recibe una pensión mensual. Los dos confían en que su situación se resuelva lo antes posible y esperan que la Justicia les dé la razón. Ninguno comprende la actitud de los marineros, lo mismo que la mayoría de los vecinos, aunque nadie lo admite abiertamente.