Una conversación de hora holgada con José Calo es meterse un chute de vida. Cuando habla sale el sol y derrite el mal humor, pesimismo y estrés de la que le entrevista, logra que se carcajee y abra los ojos y deje colgada la boca de asombro ante su relato como solo sucede en la niñez. Este vecino de Santa Cruz (Oleiros) de 80 años pasó 41 en el mar y sobrevivió a tres temporales, un naufragio, y la mítica galerna del 61; y a un infarto y un cáncer aún en tratamiento, ya en tierra. Mientras el Sergas no recete a Calo como medicina, hay que contentarse con escucharle y aprender en los pocos ratos que le puedes encontrar, porque no para: dos grupos de teatro y dos coros entre A Coruña y Oleiros. Los ojos azules de este marinero siguen siendo alegres aunque hayan contemplado tantos naufragios y perdido a más de 200 compañeros.

"El mar es como una droga, te enganchas y no sales de ella. Dejarlo es muy difícil. Tuve compañeros que fueron a tierra, con buenos puestos, y a los seis meses ya cogieron los papeles y al mar otra vez", afirma. Calo estaba en el Gran Sol cuando ocurrió la gran tragedia, la galerna del 61 que azotó el Cantábrico y ahogó a más de ochenta pescadores, sobre todo gallegos y asturianos, y hundió a más de veinte barcos que habían salido a la campaña del bonito.

"Yo tuve suerte porque en el Gran Sol había un mar que imponía pero no había viento como pasó donde estaban ellos. A nosotros no nos pasó nada pero puedo decir que nunca en mi vida vi montañas de mar tan altas como las de ese día. Pasó un superpetrolero y cuando se metía el mar, no se le veía ni la punta del palo. Y cuando nos subía arriba, las olas debían de tener veinte metros, parecía como si vieses el mundo entero. El mar de aquel día se me quedó escrito para toda la vida", recuerda este patrón de pesca y de yate que se hizo a la mar a los 14 y se jubiló a los 55 tras andar ao día, al Gran Sol y también en la costa de África.

"En el mar he perdido a más de 200 compañeros, personas conocidas. Barcos enteros. Yo, apuro, apuro, he pasado cuatro. Tres veces en el mismo barco, el Miguel A, en los años sesenta. La primera vez, la peor, veníamos navegando del Gran Sol para venir a puerto a A Coruña de marea, y nos vino un golpe de mar que nos llevó el palo de proa, todo lo de cubierta, parte del puente. El barco volcó y quedó de costado. Perdimos un hombre que se iba a quedar esa marea en tierra para casarse, no pudo sujetarse a nada. Le vimos hasta que solo quedó su mano agitando y luego despareció. Aún es el día de hoy que recuerdo a ese hombre. El barco no se hundió, quedó así, de lado, gracias a que llevábamos todo cerrado, sala de máquinas, todos las puertas y portillos, si no, se hubiese hundido. No teníamos máquina ni caldera ni bomba ni radio. Unos rezaban por la Virgen del Carmen, otros por los hijos, por la familia. Éramos quince", narra con vigor este exmarinero que desde que se jubiló hace 25 años nunca regresó al mar. "Solo he ido en catamarán por el río".

La tripulación salió del naufragio. "Había una puerta en el costado, que al volcar el barco quedó encima de nuestra cabeza. Al día siguiente todo seguía igual y se nos ocurrió subir hasta allí, hacer una cadena humana con cubos y achicar el agua. Nos llevó 36 horas. Cuando ya quedaba poca agua, el barco se enderezó. Luego terminamos de achicar el agua de los hornos de la caldera. El timón se rompió solo en parte y también conservábamos el compás, para llevar el rumbo valía. Al encender la caldera ya tuvimos bombas para terminar de achicar. Pero la máquina no se movía porque el aparejo de cubierta había caído al mar y se había enganchado en la hélice. Con toda la paciencia dimos máquina adelante, máquina atrás, máquina adelante, media vuelta de hélice, otra media vuelta, así fue cortando el aparejo y después de varias horas la máquina se movió avante y ya no movimos nada. El aparato de radio lo secamos, no podíamos hablar pero sí escuchar. Al quinto día nos dieron por desaparecidos".

Calo y el resto de tripulación fueron avistados por otra embarcación a cien millas de la Torre de Hércules, vieron "medio barco, desarbolado", pusieron rumbo hacia ellos. "Vieron quién era y ya llamaron a la costera, que el barco no se había hundido, que venía navegando. Y al séptimo día llegamos a A Coruña. Llegamos al muelle y parecía una feria, la cantidad de gente que venía a vernos, se había corrido la voz".

En este Miguel A que terminó su vida, con otro patrón, años después, por supuesto naufragando, Miguel Calo sufrió otro susto en el Gran Sol. "En el segundo día tuvimos un temporal terrible. Ponías el barco a proa para capear pero era imposible, comía el barco. Pero tenía una popa muy abierta y marcha atrás aguantaba mucho el mar, y así resistimos, toda la noche marcha atrás contra el temporal. Vimos a nuestro lado, esa noche, hundirse un barco. Veíamos las luces y de pronto no las vimos, llamamos y no contestó. Al día siguiente aparecieron sus cosas flotando. Fue la tripulación completa. Luego, otra vez, en la parte sur de Irlanda, se nos partió el eje de cola y el barco quedó inutilizado. Vino el Capitán Chimista a cogernos a remolque, pero por la noche empeoró tanto el tiempo que se rompió el remolque varias veces. Fuimos a la deriva treinta millas hasta la costa francesa. Navegamos hasta A Coruña atravesados. En otro barco, el Canarias, estuve ao día y al Gran Sol de nuevo. Salimos para el mar muy cargados de combustible, se levantó un gran temporal de noche y tuvimos que bombear combustible al mar para no hundirnos. El combustible te amina el mar e ibas haciendo más costado".

Aunque solo cita cuatro "apuros", la conversación le trae recuerdos de otros sustos, como aquella vez que en la costa de Portugal tuvieron que llenar los tanques de combustible vacíos con agua para "lastrar y dar estabilidad al barco" y salir del peligro.

El sentido del humor de Calo empieza por reírse de sí mismo, lo que denota su sabiduría. "¿Me ves más joven? Pues voy para 81, estoy a tratamiento de quimioterapia, estoy infartado, me sacaron la mitad del colon, me abrieron donde empiezan las costillas hasta el ombligo y de ahí a la derecha, cuarenta centímetros de corte. Me abrieron, me sacaron el hígado fuera, cortaron lo que les parecía y de paso me sacaron la vesícula, volvieron a meter todo dentro y cerraron. No tuve miedo, quedé tranquilo en cuanto entré en el quirófano. Vi a dos cirujanos, el anestesista, cuatro enfermeras y más gente con aparatos. Allí tumbado conté doce. Le dije al cirujano: ¿Todos van a cortar en mí? No, cortar solo yo. Bueno, con tanta gente, si me pasaba algo, es que tenía que pasar. Y quedé tranquilo".

"Fíjate, el mar es una profesión de riesgo pero mi hermano, también marinero, nunca tuvo ningún apuro y hace mes y medio cayó en la bañera, partió el cuello y de cuello para abajo, nada. El riesgo le pasó en el baño de su casa. Así es la vida".