Elegida por la UE para elaborar el primer mapa mundial de olores, la ingeniera química Rosa Arias explica en Cambre su proyecto D-Noses, una app bautizada como Odour Collect, que permite a los usuarios describir y localizar puntos con malos olores. "La nariz es el mejor medidor de olores, se necesitan narices; es perfecto para ciencia ciudadana", afirma.

¿Que tal va el proyecto?

Estamos haciendo diez pilotos en diez países en el mundo. El piloto pionero es en Barcelona, aunque hay en Grecia, Chile, Portugal, Alemania, Reino Unido... En Barcelona fue el primero que empezó, en marzo o así de año pasado. Y en tres meses tuvimos más de 250 observaciones de olor con más de 50 vecinos que colaboran y a los que hemos entrenado.

Lo más complicado será que las administraciones actúen.

Sí. Nosotros trabajamos con el modelo de la cuádruple hélice: todas la patas de actores. Ciudadanía, que es clave, si en ellos no hay datos; el sector público; las industrias, que son las que emiten, y expertos. Si no aceptan colaborar, nos vamos a otro territorio.

¿Tuvieron que cambiar alguno por negativas?

Siempre encontramos reticencias al principio de todos. También los ciudadanos, que preguntan de quién venimos o por qué lo hacemos. Son comunidades afectadas por años de olores y en España no hay legislación. Las autoridades ambientales a veces no quieren participar para no ponerse como "una ciudad que huele mal". Pero acaban viendo los beneficios: mejora la relación con la población, aumenta la transparencia...

¿Las empresas ven beneficio a aplicar medidas correctoras?

Sí. A veces quieren mejorar y no saben cómo. Muchas veces no hacen falta grandes inversiones y basta con mejorar la operativa de la planta: por ejemplo, puertas cerradas si el viento va hacia la población o cambiar horarios de ciertas actividades que dan olor.

Dice que no hay legislación. ¿El problema no está suficientemente atendido?

La contaminación por olor es la segunda causa de queja medioambiental, tras el ruido. La diferencia es que es muy fácil medir el ruido pero los olores es muy difícil, por eso la necesidad de esta medida que complete a métodos tradicionales. También por eso es difícil crear regulación. Holanda y Alemania sí tienen regulaciones pero no coherentes entre sí. Y en España es de ámbito municipal; hay ordenanzas locales que a veces no son científicamente válidas, no tienen base sólida. El objetivo último del proyecto es informar nuevas regulaciones que sean científicamente válidas y coherentes entre sí y que protejan a la ciudadanía con una base común y sólida.

Aparte de la molestia, ¿qué consecuencias tiene el mal olor?

Una exposición continuada a olores ambientales, incluso buenos olores, como pueden ser fábricas de producción de galletas, puede causar estrés, ansiedad, falta de sueño, de concentración, dolor de cabeza, puede agravar problemas respiratorios... y todo eso es muy invasivo y está en tu hogar. Y tiene consecuencias económicas, por ejemplo, al querer vender un piso.

¿Esos efectos son por el olor o por inhalar partículas?

El olor es una sustancia volátil que tú respiras. Y la actividad industrial son compuestos químicos que estás respirando. Por suerte, nuestro sentido del olfato es de defensa también: podemos oler en concentraciones bajas sustancias que pueden ser perjudiciales para nuestra salud.

¿Y un perfume puede cambiar el estado de ánimo?

Sí, claro. Perfumistas pueden hasta crear el olor que te pone de buen humor o te da energía. Es un aspecto psicológico. Te pueden teletransportar en el tiempo o a un sitio donde estás súper a gusto.

En EEUU consideran sexy un perfume fresco y en Europa, uno dulce. ¿Es cultural?

Sí, es antropología. Hay tribus de África en las que el olor a caca de vaca representa un estatus social alto, es un buen olor para ellos.