La autoridad de Lino López no descansaba en su arma y su placa sino en su fe absoluta en el diálogo como método para solucionar los problemas. Su visión de qué es un policía es la de un pacificador. Esta política la ha practicado durante los más de 32 años que ha sido Policía Local en Oleiros, uno de los más antiguos del cuerpo. Ahora que acaba de jubilarse solo quiere viajar, aprender inglés y bailar. "Soy el rey de la bachata", advierte con humor.

¿Por qué se hizo policía?

Es curioso porque lo he pensado ahora que me he jubilado. Mis padres tenían una carpintería en Santa Cristina y cuando yo tenía un año ardió por completo, la familia salimos a la calle en pijama. Y el pueblo de Perillo hizo una colecta en la sala de fiestas del Seijal, en nuestro beneficio. Y gracias a eso mis padres pudieron abrir otro negocio, una ferretería. Aquella solidaridad de la gente...

Quiso devolverle a los vecinos aquel favor y servirles y protegerles como policía...

Sí, de alguna forma. Y traté de aplicar en mi trabajo esa idea de ayudar, dar soluciones, antes que denunciar a la gente.

¿No le gustaba multar?

Hay que multar, entra dentro de nuestro trabajo, se prima mucho la labor de tráfico, pero abarcamos mucho más. Antes se hacían más patrullas, se echa de menos eso, el contacto con la gente, que además te informa. La empatía es fundamental. Yo creo que antes de ser policía hay que trabajar de cara al público, como vendedor o camarero, yo fui las dos cosas. Un policía sobre todo tiene que pacificar y solucionar problemas.

¿Cuántos agentes había cuando entró en la policía?

Entonces había solo seis, ahora creo que son 34 o 36. Entonces ganaba más un peón de albañil que un policía. Cuando me presenté había cuatro plazas y nos presentamos solo cinco. Quien me animó y me hizo ver lo carismático de este trabajo fue el concejal Mito.

¿Le ha gustado ser policía?

Mucho, es un trabajo muy bonito, y siempre me he sentido muy querido por los vecinos. Lo que más me gusta es solucionar las cosas dialogando. Una vez un hijo, en tratamiento, se enfrentó al padre, yo le hablé, le dije que atendiese a su abuela que estaba llorando asustada y se calmó, y no pasó nada. En este trabajo hay que aplicar el sentido común, tener psicología, y eso te lo da la calle, la experiencia.

Pero de jubilado se está bien...

Aún estoy aterrizando pero sí, de repente parece que el tiempo va más despacio. Ahora voy más al gimnasio, estoy aprendiendo inglés, si Dios quiere tendré una barquita para ir a pescar, y tengo un viaje para febrero a Cabo Verde.

En estos treinta años patrullando Oleiros, ha visto cómo ha evolucionado el municipio.

Ha habido una evolución muy buena, tenemos un concello envidiable, de los primeros que han tenido un ordenamiento urbanístico, en obtener espacios públicos. Siempre ha sido un ayuntamiento con ideas claras. Uno de los mayores cerebros de todo esto fue Mito, junto con el alcalde.

Y la evolución de Santa Cristina, que dejó de ser aquel lugar de peleas y trapicheo de drogas.

Sí, hubo una época muy dura. Donde hay pubs y discotecas, y en un sitio pequeño donde venía gente de toda Galicia, esto parecía Las Vegas. Y la verdad es que para los miles de personas que venían, aún no hubo tanto problema como podría haber. Estábamos permanentemente aquí, toda la noche, al pie del cañón, había peleas todos los días a las seis de la mañana. Pero con la crisis y los controles, todo se transformó. Dejó de venir tanta gente, cerraron discotecas. Ahora los vecinos están encantados, los hosteleros no tanto.

Ahora es al contrario, se quejan de que Santa Cristina está muerta.

Sí, es cierto de que falta algo, que se organizase gente para hacer actos deportivos y culturales. Todo el mundo quiere cosas pero nadie hace nada, la hostelería aquí siempre estuvo muy dividida. En este entorno, se podían hacer viguerías. Por ejemplo, poner un feirón. Y más cosas para niños, porque tenemos un parque enorme pero solo dos columpios.

También ha evolucionado mucho la policía desde que empezó hasta ahora.

Cuando empecé había solo un coche e íbamos siempre en Vespas, lloviendo a chuzos te ponías...No había cascos para todos, chalecos pocos. Yo empecé llevando porra, luego ya vinieron los revólveres, que fue un cambio... Te sentías muy raro yendo por la calle con un arma, con la gente pasando. Al principio no te tomaban en serio, las sanciones prácticamente no se tramitaba ninguna, no tenías autoridad, la cogimos cuando llegó la grúa. Salían de los bares insultándote cuando veían que se les llevaba el coche.

Habrá vivido situaciones difíciles, duras, en su trabajo.

Sí, suicidios. Una vez una señora se levantó de noche, cogió un cuchillo en la cocina y se rajó el cuello. Estaba a tratamiento. Y una imagen que nunca se me olvida es la de una adolescente que se tiró por la ventana de un tercero, cuando su padre volvía de un recado, y él se agarraba a ella. Tuve que tranquilizarlo.

¿Y de verse en peligro?

Yo nunca sentí riesgo. Solo saqué el arma dos veces, una con un loco y otra en un robo porque no me daba tiempo a bajar del coche pero sabía que no iba a disparar y corrió, le cogimos después. Quizá el día en que a unos padres se les cerró la puerta de casa con un niño de dos años dentro, estaban desesperados por si le pasaba algo y subimos por un canalón y entramos por la claraboya, en un tercer piso. Pudimos resbalar y matarnos. El padre envió una carta de agradecimiento al Concello.

¿Qué le aconsejaría a un policía que empieza?

Vienen con un arma al cinto y las leyes en la cabeza y les diría que la autoridad no se gana aplicando el miedo sino el respeto, el diálogo, la calma.