Ana Barcia nació en A Coruña y la llevaron a Venezuela con diez meses, a Cumaná. Allí hizo toda su vida. Escuela, universidad, matrimonio, cuatro hijos. Se sacó el título de técnico superior en contabilidad computerizada y tuvo su propia empresa. Llegó en septiembre de 2016 a Santa Cruz, con la suerte de que no tuvo los habituales problemas de papeleo al ser española, aunque sí los sufrió su marido. "Nos vinimos por la inseguridad, la degradación social, política y económica, ya desde los últimos años de Chávez. Nosotros íbamos a casa, trabajo, colegio. No íbamos al cine a tomar una pizza para no salir de casa. Teníamos miedo sobre todo por los niños. Para comprar siempre había que hacer cola, la gente iba a las tres o cuatro de la mañana para hacer cola. En el hospital no hay ni algodón ni suero fisiológico. Nos fuimos y dejamos nuestra casa cerrada. Aún pago la hipoteca de allá, mil bolívares de los viejos, ahora no es ni un céntimo. Mi marido logró un trabajo, en la panadería de Santa Cruz. Yo me ocupo de los niños, la casa y la nieta. Extraño mi casa, mi espacio, mis cosas. A mis amigos no, porque se fueron todos, están en Chile, Estados Unidos, Colombia, Perú. Retornamos 28 personas, no quedó nadie de mi familia, sí de la de mi esposo", cuenta Ana Barcia. Ella se adaptó bien porque los vecinos de Santa Cruz conocían a toda su familia y la amistad perduró. "La integración ha sido buena, para otros sé que ha sido duro". Al llegar cuentan con la ayuda esencial de Cáritas de Santa Cruz. Después ellos también se convierten en colaboradores, quieren devolver esa solidaridad. "No creo que vuelva a Venezuela. La calidad de vida de aquí no la va a haber en muchos años allá. Socialmente es difícil la recuperación, la educación es deplorable, y también la salud. Venezuela es un paraíso que destruyeron. El venezolano es mucho de reunirse, bailar, con familia, amigos, aquí en Galicia solo en cumpleaños y bodas. Aquí todo es trabajo, trabajo. Meter tu vida en dos maletas no es fácil".