La plaza de García Irmáns amaneció ayer desierta, sin rastro del trasiego y bullicio habitual de los días de feria. Sin un solo puesto de venta que frenase su esparcimiento, Apolo disfrutaba al mediodía del raro privilegio de ser dueño y señor del campo. Ajeno a la crisis del coronavirus, este cachorro disfrutaba a sus anchas de la plaza. Los viandantes se contaban con los dedos de una mano. Algunos con la bolsa de la compra. Los más precavidos, con pañuelos para cubrirse la cara.

"No recuerdo un día de feria así", explica Iago González, que regenta el kiosco Belmonte. Él, dice, no se acostumbra a la vista de la plaza y las callejas vacías, con las cafeterías de los Soportales cerradas y sin un alma en las terrazas, en las que en un mediodía como el de ayer habría sido difícil encontrar sitio. "Ayer por la tarde no había ni una rata en la plaza", relata en quiosquero que, como todos los negocios que permanecen abiertos, admite que ha notado un bajón en las ventas. Eso sí, matiza, la prensa vuela.

A Mariluz Rodríguez, trabajadora de la pastelería Rábade, la imagen de la plaza vacía la transporta de nuevo a la Laponia Noruega, a un viaje de hace unos años en el que a las tres de la madrugada, con un sol radiante, podías pasear en Alta por las calles desiertas, relata. En la pastelería trabajan a medio gas. O menos. En la puerta, un cartel invita a realizar encargos para el día del padre. "De momento solo recibimos uno", lamenta. Sin sucumbir al desaliento, ella y su prima Merche Vázquez se afanaban ayer en hacer pastas. No se les pasa por la cabeza bajar temporalmente la persiana. "Si cerramos no vamos a recibir ninguna ayuda", incide Mariluz.

La misma sensación de compás de espera que reina en la frutería Balbina. El confinamiento ha rebajado considerablemente las ventas, admiten. En el estanco Vicente de la Fuente y en la panadería Rabizas sí se percibe algo parecido a la normalidad. En menos de cinco minutos, Juan Luis Amor atendió a más de diez clientes. "Aquí hay bastante movimiento", relata este estanquero, que cuenta que se venden más cartones porque la gente intenta salir lo menos posible. Solo los detalles rompen con ese espejismo de normalidad. Él lleva guantes y los clientes guardan las distancias de seguridad por propia iniciativa.

En el sector de los taxis, el bajón salta a la vista. "Somos 22 y mira los que estamos", cuenta uno de los taxistas mientras señala a los cinco vehículos estacionados. Las salidas, escasas, se limitan básicamente al supermercado o centros de salud, explican. Donde la parálisis es casi total es en el juzgado. "Urgencias y poco más, no hay juicios", relata el guardia. En la entrada, un dispensador de gel. Ese que se pide, y mucho, en la farmacia Los Soportales, que sigue a la espera de este producto y mascarillas. "Solo nos queda una caja de guantes, el resto está liquidado", explica el farmacéutico justo un minuto antes que un cliente haga la sempiterna pregunta: "¿Han llegado ya las mascarillas?".