"El pazo de Meirás nunca fue del pueblo. Los Franco son una familia perseguida". Para el guía de las visitas al inmueble no cabe la menor duda. Así lo afirma con contundencia al ser preguntado por un grupo de visitantes, en el que fue el último tour por el inmueble antes del juicio que comienza mañana, sobre la reivindicación histórica del pueblo gallego con respecto a la titularidad del pazo. A los visitantes no les cuadra. Pero el guía se mantiene férreo en su postura. Ellos insisten, él se planta inamovible en su discurso las veces que haga falta. "Ya se lo he explicado. ¿A usted le gustaría que sacasen a su padre de su tumba? Es todo política", espeta a una turista madrileña que se atrevió a rebatir.

No existe, para la Fundación Nacional Francisco Franco, entidad responsable de la gestión de las visitas del pazo de Meirás, la versión del expolio, ni tiene cabida entre sus muros durante los tres cuatros de hora que dura el recorrido. Ni rastro tampoco del dictador; en su lugar se habla del "generalísimo", el "caudillo" o "el antiguo Jefe del Estado". Todas estas afirmaciones bien entrado el 2020, hace que los visitantes menos informados reaccionen. "Parece que estamos en el 36", comenta, ya a la salida, una de las presentes.

A nadie sorprende, sin embargo, el tono y el discurso empleados por el guía para recorrer los salones, la biblioteca, el vestíbulo y, en resumen, lo poco del pazo, declarado Bien de Interés Cultural en 2008, que la familia propietaria permite mostrar al público. Ya en 2017, la Fundación Nacional Francisco Franco anunció su intención de servirse de las visitas guiadas para mostrar la "grandeza" del dictador.

Del juicio que comienza mañana, y en el que Estado y herederos se verán las caras por la titularidad, niente. "El pazo lo pagaron entre los Ayuntamientos y los empresarios coruñeses. Fue un regalo. La Coruña era la capital del Estado cuando el generalísimo venía". Es la única respuesta que obtiene el grupo para la única incógnita que no termina de quedar clara a nadie.

Tampoco se avista, ni por asomo, referencia alguna en las palabras del guía a los procesos judiciales impulsados por parte del Concello de Santiago de Compostela para la recuperación de las estatuas de Mestre Mateo con las que uno se topa nada más entrar en la capilla, única estancia del interior en la que está permitido sacar fotos. De lo que sí se habla, y largo y tendido, es de la "brillante carrera militar" del dictador, de sus grandes dotes para la pintura "en los pocos ratos que la Jefatura del Estado se lo permitía", de sus proezas militares y del carácter íntegro que mostró " al cumplir la promesa que hizo a los coruñeses de pasar aquí todos los veranos".

Porque en Meirás no ha existido transición alguna, y así lo evidencian no solo la bandera preconstitucional que preside el vestíbulo junto al busto del dictador, sino la actitud convencida del guía frente a los visitantes. Sí echan de menos, por el contrario, alguna mención a la condesa, verdadera artífice de la estructura y cuyo legado pasa desapercibido en el fervor franquista del decorado. Así lo lamenta una de las presentes. "Ojalá se hablase más de Emilia Pardo Bazán, una de nuestras mejores escritoras, y no del dictador, que tanto mal nos trajo".