"Lo agradezco un montón a las familias, aunque me da como vergüenza, no considero que yo haga nada extraordinario", asegura Nuria González. Preguntada por el motivo que pudo llevar a los padres de alumnos a querer reconocerle su labor, ofrece un comentario de la chica que tuvo de prácticas justo antes del confinamiento: "Respetar a los alumnos". "Intento adaptarme a sus ritmos y sus necesidades, y eso en una unitaria es mucho más fácil. Y parece algo obvio respetarlos pero, por lo que me cuentan, no todo el mundo lo hace en la práctica", cuenta la docente.

"Si en un momento se ponía a granizar, pues nos poníamos las botas y salíamos a jugar con el granizo, a ver cómo es, aprender que no nos lo podemos traer adentro porque se deshace... Y hoy [por ayer] se quedaron pasmados mirando por la ventana porque hacía mucho viento, y en ese momento no había nada más importante que mirar por la ventana", explica. "Por supuesto yo les propongo cosas, siempre estoy preparando cosas para llevarles a los niños, pero mucho parte de lo que les surge a ellos", cuenta. "Era, como se suele de decir en la teoría, acompañar a los niños", afirma.

La docente insiste en recomendar la unitaria cambresa y desea "que no la cierren". La posibilidad de "aprender entre iguales" e incluso de ajustar los tiempos, como la hora del recreo, a las necesidades y ritmos de los niños son algunas de las ventajas que cita, además de la proximidad y cercanía con las familias y, algo muy importante en estos días, que la escuela es en sí "un grupo burbuja". "Hay escuelas de pago que no tienen lo que tiene esa. La huerta es maravillosa. Era maravilloso ver a los niños coger uvas y lavarlas y comerlas o kiwis, todo el año... Eso es impagable. En algunas jornadas de puertas abiertas había padres que preguntaban cuánto costaba y les explicábamos que es totalmente pública. Y está a un paso de Coruña. Es muy desconocida", relata González, que en este curso se ha incorporado a su plaza definitiva como profesora de Infantil en el colegio Juana de Vega de Oleiros.

"El año pasado, tuve la suerte de que a una chica le había salido su primer trabajo en la unitaria y no quería, así que realizamos una permuta: ella se fue para mi cole y estuvo encantada y yo me fui para la unitaria a vivir el regalo de mi vida", asegura. "También estoy muy contenta en el cole, pero no es lo mismo: en la unitaria nos organizábamos como queríamos, salíamos con las botas a jugar en el barro... Los niños, que eran once, llegaban y se ponían las zapatillas de estar por casa o los calcetines, y luego teníamos las botas para salir, que se ponían cada uno a su ritmo. En el cole eso es complicado", apunta.