Inaccesible tras un escaparate que solo permitía imaginar los acordes y el estribillo de una canción de protesta, la cantautora Silvia Penide puso voz, o más bien, un punzante silencio, a un sector que se siente "ninguneado" por la Administración. Su ¡arriba o telón! fue una de las primeras manifestaciones del malestar que ha derivado ahora en la convocatoria de una concentración el próximo 1 de noviembre en A Coruña bajo el lema que popularizó Marian Ledesma: O nos unimos o nos hundimos.

Serán quince minutos de silencio atronador que esperan que traspase las paredes del Palacio de María Pita. Músicos, técnicos y otros profesionales del ámbito de A Coruña y su área metropolitana compartieron ayer con este diario sus inquietudes, sus miedos y reivindicaciones ante una crisis que se ceba con su sector y que ha bajado las persianas de dos míticas salas: Bâbâ Bar y Fórum Celticum.

"No entiendo por qué tenemos que ser el sector más perjudicado cuando hemos demostrado que la cultura es segura", apuntaba ayer Silvia Penide quien, como muchos de sus compañeros de profesión, cree que está emergencia sanitaria ha dejado al descubierto las flaquezas de la profesión, la necesidad de regular un convenio distinto. Una necesidad a la que apunta también María Jesús Cabana, Astrogirl, que advierte de que hay artistas que lo "están pasando muy mal": "No tenemos una regulación laboral normal, cotizas el día del concierto, pero detrás hay muchos meses de trabajo que no se ven. Da la sensación de que algunos piensan que lo hacemos por amor al arte", apunta esta artista, que matiza que ella tiene la suerte de contar con otra fuente de ingresos como maestra.

El apagón cultural derivado de la pandemia, ha puesto contra las cuerdas a muchos profesionales. "Es justamente la gente más profesionalizada la que más lo está notando", apunta José García, veterano técnico de sonido coruñés que ha podido "ir trampeando" gracias a su trabajo en un estudio de doblaje: "Los técnicos de a pie, el freelance que trabaja en conciertos, no está recibiendo ayudas", apunta.

Reabrir las salas con unos protocolos seguros es una reclamación compartida por todos. También la sensación de que se aplica una doble vara de medir, una distinción injusta pese a "que no ha habido contagios en espectáculos", como incide Astrogirl. "En una profesión me paralizan, me marcan aforos inviables, y en la otra, la de maestra, me obligan a estar encerrada en un aula cinco horas al día con 25 alumnos", apunta. Ella, como Silvia Penide, Aixa Romay o Álex Fente, músico en Tiruleque y otras agrupaciones de música tradicional, lamentan que se "demonice un poco el ámbito cultural": "Lo tratan como si fuese un vector de contagio, pero manteniendo las condiciones correctas no tendría que ir peor que en otros sectores, como no se prohíbe la hostelería o los servicios", apunta Fente, al que la pandemia privó de su actividad de cuentacuentos, de buena parte de los conciertos y que sobrevive con sus clases y algunas actuaciones, la mayor parte en streaming, "sin la retroalimentación del público", con la sensación, dice, de "estar tocando para nadie". Aixa Romay incide en lo mismo: "No puedo cantar en directo, pero después ves los autobuses llenos de gente, manifestaciones... y de los toros ya ni hablamos".

"Hay una sensación de desamparo, yo veo auténticos dramas, músicos a los que les cancelan de golpe diez conciertos y eso, traducido a ingresos, es una debacle", lamenta Silvia Penide, que recuerda que los profesionales del sector viven "como cualquier hijo de vecino".

"Tenemos que quitarnos complejos y estigmas que vienen de muy atrás". Ella no sucumbe al desaliento, pero ve preciso ayudas, un plan de rescate a salas de conciertos o cláusulas especiales en los contratos para garantizar un porcentaje del caché por cancelación de conciertos.

Son solo algunas de las ideas que lanzan al aire para que las estudien los políticos, ese público esquivo al que ahora dirigen una canción compartida.