Luis Brizuela vivió el confinamiento tras el mostrador de su farmacia en Santa Gema. Ni el cordón que marcaba el recorrido a sus clientes y aseguraba las distancias, ni la pantalla que le aislaba, en los albores de la pandemia, de todo contacto, fueron capaces de minar un ápice su cercanía con la gente de siempre. Las farmacias rurales y las boticas de barrio tienen un algo especial y cotidiano que se convierte, en estos tiempos extraños de consultas telefónicas y citas telemáticas, en un recurso de salvación para los que todavía prefieren y necesitan la comunicación cara a cara. Que, en contra de lo que pueda parecer, todavía son muchos.

La labor asistencial de la oficina de farmacia siempre ha estado ahí, discreta ante los gigantes sanitarios que siempre, guste o no, acostumbran a llevarse los méritos. Es la primera trinchera contra la que rebotan las dudas de los pacientes, sus inquietudes y sus miedos. “Al principio, todo el mundo desconocía lo que estaba pasando, ni los propios sanitarios lo entendían. La gente venía con muchas dudas”, comenta Brizuela. En la farmacia Brizuela Rodicio se blindaron contra todo riesgo con desinfecciones diarias y protecciones de toda naturaleza; pero no descuidaron su labor, reforzando incluso sus atenciones: en los momentos más crudos del virus, incorporaron incluso un servicio de entrega a domicilio para aquellas personas para las que pisar la calle, incluso para gestiones esenciales, no representaba una opción viable. “Abrimos esa vía de llevar medicación a casa. Decidimos realizar alguna entrega a personas de riesgo. Tuvimos un matrimonio confinado al que llevábamos los medicamentos cada semana”, recuerda.

Cualquiera podría pensar, en un principio, que este detalle excede a sus funciones, pero nada más lejos de una realidad que el gremio reivindica y que la generalidad desconoce. Los boticarios reclaman su estatus de personal sanitario de pleno derecho. La mayoría conoce a sus pacientes mejor que los propios médicos de cabecera y especialistas; ya que, mientras muchos itineran entre plazas inestables, los boticarios de siempre siguen ahí. La farmacia no conoce horarios ni obliga a las demoras a las que la atención primaria ha sucumbido, por desgracia, en los últimos tiempos. “Cada vez viene más gente por el problema de la saturación en los centros de salud. Cuando una persona tiene un problema leve, el proceso suele ser, primero, recurrir al botiquín de casa, la automedicación, y luego la farmacia. Es el primer eslabón de la cadena de proximidad”, reflexiona el farmacéutico.

Tras la trinchera farmacéutica | VÍCTOR ECHAVE

“La farmacia es el punto cercano al paciente, donde se sienten cómodos”

Inés Pesado (izquierda, al frente), Rosa Catrufo, a su lado, y el resto de sus compañeros llevan a cabo, tras el mostrador de la Farmacia Catrufo, en O Seixal, la labor de informar, atender, y aconsejar a sus clientes de toda la vida. “Les conoces desde hace años, y, al final, quieres solucionarles las cosas como si fuese tu padre o tu abuelo”, comenta Rosa.


Solo en el término municipal de A Coruña hay 133 oficinas de farmacia, cifra inusual en un área de su tamaño. Una fortaleza que sirvió en la primera ola para parar algunos impactos importantes, y que reclama su posición en esta segunda en la que la población cuenta, si cabe, con menos certezas. “Hacemos mucho más que dar cajas con pastillas dentro”, reclama Brizuela. En ese “más” caben mil gestiones y funciones: el seguimiento al paciente con su medicación es una de ellas, ya que entran, en este punto, numerosas contingencias: que los medicamentos interaccionen entre sí, que se tomen mal o que, directamente, no se tomen. “Tenemos mucho polimedicado, gente con varias patologías: hipertensión, asma, colesterol... intentamos que la gente sepa cómo tiene que tomarlos, durante cuánto tiempo, a qué horas”, ejemplifica Brizuela.

Si bien los nuevos tiempos son complicados para todos, se tornan especialmente confusos para nuestros mayores, para quienes las citas telemáticas, la administración electrónica y la frialdad de la atención telefónica han llegado como un alud para poner patas arriba sus formas de comunicarse. Para muchos, las boticas son el punto de referencia al que acudir cuando, en otros recursos, nadie contesta al teléfono. Lo sabe bien Rosa Catrufo después de 16 años tras el mostrador en O Seixal. Tres lustros en los que, gracias a su cercanía y la de sus compañeros, se ha ido haciendo con una nada desdeñable cartera de clientes fieles, que prefieren su botica antes que ninguna otra. “Hay pacientes a los que conoces desde hace años, y, al final, les quieres solucionar las cosas como si fuesen tu padre o tu abuelo. Acabas creando una relación más estrecha, vienen a nosotros como la primera línea de fuego”, asegura Catrufo.

En su farmacia aconseja, informa, comunica y, en muchas ocasiones, hasta media. Cuando las recetas no están activadas, se encarga de desatascar la situación, que puede granjear más de un apuro. “La labor asistencial es la de todos los días. Muchas veces tienes que llamar a los médicos porque no están las recetas activadas o pedirles cita porque ahora todo es por Internet y se pierden. Aquí vienen, y, en un minuto, ya está”, añade Catrufo.

Tras la trinchera farmacéutica | LA OPINIÓN Echave

“Ojalá la sociedad nos valorase como nuestros clientes” 

Elena Tañá lleva 34 años cuidando de sus clientes en su farmacia de Coirós. Aunque se muestra encantada con su gente de siempre, pues el apoyo mutuo entre facultativa y pacientes fue de gran ayuda en los peores momentos de la cuarentena, la boticaria considera que a los profesionales tras los mostradores no se les otorga el reconocimiento que debería. “Para hacernos las pruebas somos los últimos siempre, no se nos reconoce”, lamenta Elena Tañá.

Con Rosa comparte trinchera Inés Pesado, que, aunque nueva en el oficio, ya muestra compromiso de veterana. Se graduó sin festejos el pasado julio tras el curso más extraño de su vida, y, desde entonces, trata de ofrecer una atención lo más cercana posible pese al distanciamiento obligatorio. Pone rostro y alegato, a sus 23, a una cantera joven del gremio que asume como propia la misión de revalorizar la labor asistencial del boticario. “Es algo de todos los días, pero, en esta situación, las personas mayores, sobre todo, se sintieron desamparadas al no saber cómo utilizar las nuevas herramientas con las que ahora tenemos que comunicarnos. La farmacia es el punto cercano al paciente, donde se sienten cómodos, porque es un entorno en el que se genera de forma fácil una relación con el facultativo”, apostilla.

Se muestra crítica con el lugar al que la sociedad en su conjunto ha relegado, durante años, su labor, pues considera que, bien articulada, la oficina de farmacia podría ser parte fundamental de una red en la que el centro es el ciudadano y los cuidados primarios, la misión. “Si las oficinas de farmacia estuviésemos amparadas, podríamos funcionar muy bien como un primer punto e criba para descolapsar los centros de salud y detectar problemas menores”, propone Pesado. Son muchas las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías farmacéuticas a la hora de estrechar la relación y hacer funcionar los engranajes del sistema sanitario que queremos en el futuro. Muchas farmacias empiezan a incorporar estas herramientas a su oferta, que evidencian que su labor va más allá de despachar. Un ejemplo es el cada vez más popular Sistema Personalizado de Dosificación (SPD), elemento asistencial de la farmacia comunitaria nacido para facilitar la vida a las personas a las que los numerosos comprimidos que se acumulan en el cajón les pueden complicar seriamente el día a día. Se trata de un dispositivo que permite organizar la medicación de los pacientes en tabletas ordenadas en base a los días de la semana, las horas y las tomas.

“Nosotros lo preparamos y custodiamos el blister, y el paciente lo recoge. Aumenta un montón la adherencia a los tratamientos. Demuestra que podemos dar un servicio profesional, centrado en las necesidades del paciente. Se puede, hay que querer”, asevera Pesado, que fija en su juventud y la de sus compañeros de promoción la mejor oportunidad para labrar el cambio: “Tenemos potencial para darle valor, trabajarlo y ampliar las funciones de la oficina de farmacia. Hay que tener compromiso y ganas”.

En el rural, una referencia

Si bien todo el gremio redobló esfuerzos desde la convulsión social de marzo, las farmacias emplazadas en las zonas más rurales asumieron el compromiso extra de representar, en muchas ocasiones, en el único punto de información fiable y estable ante la confusión del momento. Elena Tañá, tras más de tres décadas en su farmacia de Coirós, se convirtió durante el confinamiento en la referencia en la que sus vecinos buscaban tranquilidad en tiempos extraños.

Detrás de una mampara improvisada con un ventanal y unos listones que instaló en marzo, que ha decidido conservar como testigo silencioso de la huella del virus, se reconoce encantada con su oficio y su clientela. “En la pandemia nos apoyamos mucho unos a otros. Los clientes nos conocen y se sienten tranquilos porque intentamos tener siempre las mejores condiciones de seguridad”, asegura. Como muchos compañeros, no siente del todo que se hayan acordado de la profesión en los aplausos de las 20.00. “Ojalá la sociedad nos valorase como nos valoran nuestros clientes. Para hacernos las pruebas somos los últimos, no se nos reconoce”, lamenta.

Para María Teresa Pastor, cuya farmacia de Abegondo cumple la mayoría de edad este infausto 2020, el agradecimiento de su gente compensa lo desapercibido de su tarea en la conversación pública. “Es una labor poco reconocida para lo importante que es, sí; pero muy agradecida por los clientes, que valoran mucho nuestro servicio”, asegura.

A lo largo de su trayectoria, ha podido testar sus destrezas en el terreno rural y también en la ciudad. Tras casi 20 en Abegondo, y pese al aumento de trabajo de los últimos meses, en los que fueron muchos los que quisieron confinarse en sus fincas y casas de fin de semana, lo que incrementó el ir y venir en su local, tiene claro lo que prefiere. La cercanía y la confianza del medio inclinan la balanza. “En ciudad, a veces, no te da tiempo a seguir los tratamientos de la gente, porque vienen y van. En el rural los conoces más, puedes aconsejarlos. En la ciudad la clientela no es tan fiel, es una población más fluctuante”, aprecia. “La primera ola el trabajo fue agotador. Ahora hay menos gente, se le ha cogido respeto al virus”, reflexiona la farmacéutica.

Tras la trinchera farmacéutica | CARLOS PARDELLAS

“Hacemos mucho más que dar cajas con pastillas dentro”

Luis Brizuela (derecha) se emplea a fondo, desde marzo, en ofrecer un servicio a sus clientes que vaya mucho más allá de despachar medicamentos. Si algo sabe es que, en estas circunstancias, la mejor forma de dispensar una atención de calidad a sus vecinos, cuya confianza se ha ganado tras 23 años, es cuidarse a si mismo, a sus empleados y a los jóvenes de prácticas que aprenden tras su trinchera. “Cada vez vienen más por la saturación en los centros de salud”, afirma.