“Esta estación fue para mí como el enamoramiento cuando fui la primera vez y la vi. Me pareció que el edificio en sí merecía un estudio en profundidad”, explica la arquitecta Pilar Sánchez Cid, que se ha embarcado en una investigación sobre la estación de tratamiento de agua de Cañás, en Carral, construida en 1923, y sobre la tipología de las construcciones con este uso. El complejo carralés “fue innovador” en el uso de materiales que entonces no se empleaban en arquitectura para edificios, sino más bien en obras de ingeniería, y sirvió como referente para otras construcciones, explica Sánchez Cid, quien asegura que es la única estación de tratamiento de aguas de su tipología y de esa época, en la que “el arte y la industria estaban muy vinculados”, que sigue en funcionamiento en Galicia y en la cornisa cantábrica, y de las pocas de España. “Fue como un prototipo, no tenían a quien copiar”, sostiene.

Vista del complejo de la estación de tratamiento de agua de Cañás, en Carral. | // L. O.

La innovación de la estación carralesa se dio como respuesta a las necesidades que se surgieron. “Era un momento en el que las ciudades vieron la necesidad de crecer, se había visto que el agua de las fuentes sin calidad provocaba enfermedades como peste y tifus y se empezó a exigir un nivel de calidad, y entonces se hizo un desarrollo en muy poco tiempo”, explica la arquitecta, que ha presentado la parte más divulgativa de su estudio a los premios del Colexio de Arquitectos de Galicia (COAG) y continúa para realizar una tesis. La ciudad de A Coruña se abastecía de fuentes que en verano no tenían suficiente agua de calidad, por lo que se buscó un emplazamiento, Cañás, donde poder coger agua de calidad, la del río Barcés, para llevar a la ciudad”, afirma.

Un equipo multidisciplinar se encargó de dar respuesta a esta necesidad. En contacto con profesionales de Bilbao, que se encontraban en una situación parecida, dieron con unos filtros rápidos de patente alemana que servían a sus propósitos, pero que necesitaban de un edificio para proteger las balsas de la lluvia y albergar el laboratorio, además de que permitían ahorrar espacio con respecto a sistemas de tratamiento más lentos, como las balsas de decantación, que requieren de mayor superficie, explica la investigadora, que pudo acceder a los documentos de la época del diseño y la construcción que tiene archivados Emalcsa.

“Se construyó en hormigón y con metal para las estructuras y la carpintería de las ventanas, que eran más grandes de normal, porque se necesitaba mucha ventilación para evitar hongos y mantener en buen estado el agua”, explica Sánchez Cid. “Como la limpieza, la higiene, eran muy importantes, por dentro de revistió de azulejo blanco y las esquinas se hicieron redondeadas”, detalla. “Tenían que adaptar la arquitectura al clima de aquí con la elección de los materiales, colores... Hay cosas a nivel local que lo particularizan: en el azulejo había detalles en azul”, cuenta.

Su obsolescencia fue, paradójicamente, la clave de su conservación. “El caudal del Barcés fue insuficiente para el crecimiento de A Coruña en diez años, así que se hizo la estación de A Telva y, en los 60, la presa de Cecebre; la de Cañás quedó como refuerzo y no hubo que modificarla para modernizarla”, afirma.