La Opinión de A Coruña

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O Fiunchedo: de ruta por la “mansión de los muertos” de Sada

Una visita nocturna revelará las numerosas curiosidades que esconde este cementerio | Su construcción estuvo precedida de una enorme alarma social por la precariedad de los enterramientos en Sada

Entrada del cementerio de O Fiunchedo, en Sada. | // LA OPINIÓN

“Din as lendas, que nas noites de ardora os mortos non poden resistir a tentación e asómanse ó balcón de Fiunchedo e se pasman ollando como as ondas do mar arden cando morren no arcón de Bañobre, catando a esperanza de que a morte é unha continuación da vida cando dela se desprende tanta luz. E algún morto se rube a un albre para ver se aínda arde o lume no seu fogar de Fontán”. Con estas palabras, Isaac Díaz Pardo ensalzaba en 1963 la belleza del emplazamiento del cementerio municipal de Fiunchedo, el único de la parroquia de Santa María de Sada.

Esta “piadosa mansión de los muertos”, como la denominaban las crónicas escritas en 1909 con motivo de su inauguración, será objeto el próximo viernes 28 de octubre de una visita nocturna, la primera que organiza el Concello de Sada.

Este recorrido, organizado con motivo del Samaín y que diseñará la Asociación Irmáns Suárez Picallo, permitirá a los asistentes conocer curiosidades históricas que esconde el camposanto y la biografía de algunos de sus inquilinos. Las plazas son limitadas. Las personas que deseen participar deben formalizar su reserva en la web del Concello.

Sin ánimo de avanzar las sorpresas que deparará esta ruta, los lectores encontrarán en este reportaje más de un motivo para adentrarse por este cementerio que puso fin a la precariedad de los enterramientos en Sada, una situación que suscitó una gran alarma social a finales del siglo XIX, como rememora el historiador Manuel Pérez Lorenzo en el artículo O Fiunchedo. Orixe e singularidade do cemeterio municipal de Sada publicado en la revista Areal.

Las crónicas de la época alertaban de los problemas derivados de la falta de espacio en el antiguo camposanto en el atrio de la iglesia y dibujaban un panorama que no desentonaría en una película de John Carpenter o George A. Romero. Varios artículos advertían ya a finales del siglo XIX de la necesidad imperiosa de dotar a Sada de un lugar que permitiera enterrar a los muertos con la debida dignidad y en condiciones de salubridad: “A nadie se le permite fijar una lápida, una cruz, ni señal alguna que indique a los vivos el lugar que ocupan los seres que han dejado de existir”, describía un periodista en 1892, que denunciaba que “sobre una sepultura” era “indispensable hacer otra inmediatamente sin el intervalo de tiempo suficiente para que la descomposición y destrucción de los cadáveres fuese “total”: “Ya al practicarse el sepelio los sepultureros hacen las excavaciones hondas para que no salgan a la superficie restos de seres recién enterrados. Después apisonan sobre el féretro la tierra con gran fuerza, a fin de que quede espacio en cada sepultura para más de un cadáver, dando esto ocasión a protestas del vecindario, que no puede contemplar sin gran dolor que se destruyan en el primer momento las cajas mortuorias”.

La demora de la administración en atajar esta insólita situación elevó las protestas y dio pie a editoriales cada vez más duros: “Lejos de parecer aquel recinto un cementerio, se asemeja a un campo de batalla en que los cadáveres de los combatientes permanecen insepultos días y más días”, describía una crónica.

El Concello llegó a principios del siglo XX a un acuerdo con la Diputación para ejecutar el nuevo cementerio en un terreno cedido por la familia Pita Quintas. Las obras arrancaron en 1908 bajo la batuta del arquitecto Julio Galán Carvajal y la “piadosa mansión de los muertos” se inauguró finalmente un año después, en 1909. Un acto al que acudió una “imponente muchedumbre”, deseosa de traspasar el portón de forja coronado de pináculos.

De su primera época son algunos de los panteones de inspiración clásica o gótica que conserva este camposanto, rodeado ahora de bloques de edificios. Tras sus muros, cientos de historias que hablan de represión, emigración, de mar.... Entre sus habitantes, el último alcalde Antonio Fernández Pita, represaliado el 1936: el periodista y político Ramón Suárez Picallo, muerto en el exilio y trasladado a Sada en 2008; el fotógrafo Francisco Varela Posse; o el profesor José María Golán, al que agasajaron con una lápida sus alumnos residentes en Nueva York en 1929. Son algunas de las historias que esconde Fiunchedo. Su trayectoria y la de otros que hallaron en este rincón de Sada su última morada saldrá a relucir en la visita del próximo viernes. Un itinerario en el que también habrá un recuerdo para los ausentes.

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