La Opinión de A Coruña

La vida es bella en Viós, Abegondo

La parroquia de Abegondo celebró la Festa das Candeas recreando cómo se hacía antes el pan, desde el ‘debullado’ al transporte en burro al molino y luego el cocido en horno de leña

Teo García va para trece años, tiene una cabra, una vaca y gallinas y cultiva en una huerta coliflor, repollo, puerros y tomates. Va en primero de ESO y en su clase tiene “compañeros que no saben de dónde viene la leche”. Él y casi un centenar de personas, desde bebés a octogenarios, participaron ayer en una ruta por la parroquia abegondesa de Viós, de unos 200 habitantes, en la que aprendieron historia, antropología, etnografía y respeto por la naturaleza y los animales, una jornada en la que disfrutaron de una actividad intergeneracional, en la que conocieron lo que es el trabajo comunal, cómo era la vida de sus antepasados en el rural. La comisión de fiestas organizó esta Festa das Candeas, recuperada en 2018 tras 40 años sin celebrarse.

El recorrido, en un día radiante, comenzó en la casa de Ito do Souto, que enseñó a los más pequeños un molino manual para debullar mazorcas de maíz. “Yo planto maíz para las gallinas y otros animales. Recuerdo de niño ir con mi padre de noche con un burro al molino, porque cada vecino tenía una hora reservada para moler”, cuenta Ito, que recreó ante los niños y niñas una vida que ya solo tienen sus mayores en la memoria. Después se acercó a un prado y su burro, que tiene veinte años, corrió hacia él como un juvenil.

El burro fue el encargado de transportar el saco con el maíz debullado rumbo al molino de la Granja, al borde del regato de Peneda. Allí Pachi, uno de los integrantes de la comisión de fiestas, les explicó cómo se molía antiguamente, cómo las moas convertían el grano en harina gracias a la fuerza del agua y el rodicio. Una vez molido (se simuló, ya que el molino ahora está en mal estado), se cargó el saco de harina sobre el pollino y se puso rumbo a la Casa do Xastre, donde Varela enseñó un pendello en el que conserva, intactos, dos hornos antiguos de piedra, dos joyas en las que aún cocina “unas empanadas que ya le gustaría al panadero”.

Los pequeños amasaron e hicieron bollitos que Varela metió con una pala al horno, ya caliente, para dejarlos cociendo mientras la comitiva siguió su rumbo. “Yo vengo con mi ahijado. Vivo en A Coruña pero voy a hacer una casa aquí, nos gustó este sitio, un amigo acaba de construir aquí, y ya participamos en estas iniciativas, que están muy bien. En mi casa se hacía pan, lo recuerdo bien. A mí me encargaron enseñarle a mi ahijado el gallego y las costumbres y tradiciones de antes, y es lo que hago”, explicó Eugenio.

El itinerario pasó por hórreos centenarios, por pombales casi intactos, vegetación de ribera. Saludaron a los perros de las casas, vieron cerdos celtas. Pasaron por delante del campo da festa, que congrega hasta un millar de personas en verano. Detrás está el regato donde los niños, entre ellos Teo, limpiaron todo el cauce y el lavadero e hicieron una presa para poder bañarse. Aseguraron que lo pasan bomba.

La siguiente parada fue la Casa del Pinar, donde Melita preparó unas filloas “de caldo de espinazo”, cuyo olor era irresistible. Repartió entre todos, ante comentarios de que pueden ser “las mejores de Abegondo, o del mundo”. Todos aplaudieron a Melita, que hizo una reverencia. En cada casa sus moradores saludaron, besaron a los niños, sonrieron, todos se sabían sus nombres.

Melita reparte filloas a todos los participantes.

La última parada fue en A Regueira, un núcleo tradicional de casas de piedra al borde un regato que limpia hasta la exquisitez Suso, que tiene la casa justo enfrente, con un hórreo de más de 200 años que es un tesoro. En esa zona los pequeños plantaron bidueiros en la anterior edición de la Festa das Candeas, y les gusta ir a ver cómo crece el suyo. El paseo finalizó, casi tres horas después, ante el centro social de Viós, donde el alcalde repartió regalos a los menores y comenzó la sesión vermú, con música, filloas y rosquillas. Pachi es uno de los responsables de esta iniciativa dirigida a “valorar la vida en el rural” y mostrar a los pequeños una parte de su historia. “Pachi, que a las dos de la madrugada me hiciste el control de alcoholemia, y a primera hora ya estabas aquí”, bromeó por megafonía, con cariño otro de la comisión.

Final de la ruta: vermú, filloas y rosquillas en el ‘bochinche’. // M. V.
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