Carlos ha sido un apasionado de los trenes, especialmente de los trenes antiguos, y de esos viajes lujosos que se hacían a principios del siglo XX, cuando este medio de transporte vivía una época esplendor y se convirtió en sinónimo de aventura.



Él siempre se había imaginado recorriendo Europa en el Orient Express de 1883. Y a sus 70 años, ya jubilado, le encantaría poder realizar un sueño: viajar en alguno de los Trenes Turísticos y de Lujo que tiene Renfe. El expreso de La Robla, el Tren Al-Ándalus, el Costa Verde Express o el Transcantábrico Gran Lujo, todos ellos eran tesoros de hierro.

En cualquiera de estos trenes de Lujo podía hacer un viaje en el tiempo, pero también un recorrido por lugares tan singulares como el color de Andalucía, el verde del norte de España o parte del Camino de Santiago Francés. Sin embargo, era una experiencia que no quería vivir él solo.

Consciente de ello, su hija Charo decidió hacerle un gran regalo: no quería que el sueño de su padre se quedara en ese lugar donde las ilusiones de toda una vida no llegaban a cumplirse. Ella sabía que su padre tenía alzheimer y quiso regalarle un último gran recuerdo. Algo que siempre había anhelado, desde niño, y que podrían disfrutar juntos. Porque cuando Carlos ya no recuerde, ella lo hará por los dos.

Con una llamada de teléfono y un contundente “¡papá, haz las maletas!” comenzaba la que probablemente sería la última gran aventura de Carlos, el sueño de un viaje, el viaje de su vida.

Antes de todo ello, a Charo le resultó muy difícil elegir. ¿Recorrer un fragmento de historia y vivir la peregrinación de otro modo entre León y Bilbao? ¿Viajar por la tradición andaluza en un tren que evoca la Belle Époque? ¿O descubrir a bocados la riqueza cultural y gastronómica de la España verde, conociendo País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia? Al final, Charo se decidió por el Transcantábrico Gran Lujo.

Decidieron emprender su viaje en verano, cuando los paisajes se pintan con una mezcla entre el verde y la luz, casi fuego del sol estival. Durante ocho días padre e hija disfrutaron de su compañía y del encanto de un tren con el encanto de las máquinas del siglo XX con la tecnología y el confort de un tren del siglo XXI.

Él pudo convertirse en un viajero del siglo pasado y del glamur que se respiraba entonces. Charo, fanática de la gastronomía, pudo dar rienda suelta al disfrute del paladar y del descanso. Y ambos de un viaje, su viaje, a bordo de una auténtica joya del ferrocarril español.