Verde y Azul

Las aves viajeras se quedan más cerca de casa

La templanza de los inviernos en el norte de Europa reduce la llegada de pájaros invernantes a España: no necesitan volar tanto en busca de comida

Las migraciones de las aves que discurren por la Península Ibérica y, en general, las de todo el hemisferio Norte, están cambiando en tiempo y forma, acortando distancias y alargando estancias, adelantando la partida y retrasando la vuelta a las áreas de reproducción. Vienen menos y algunas especies que hace unas décadas eran abundantes ahora casi ni hacen acto de presencia. El cambio del clima está afectando a sus condiciones de vida y no necesitan volar tanto (el viaje entraña riesgos y desgaste), así que se quedan más cerca de sus lugares de anidamiento. Por otro lado, su número (salvo excepciones) está disminuyendo, lo que se relaciona con el desajuste que provocan las alteraciones en las pautas temporales de los viajes respecto de los momentos de máxima productividad biológica de los ecosistemas, tanto en las áreas de reproducción como en las estaciones de paso y en los lugares de invernada. El fenómeno es complejo, implica otros factores y tiene amplias repercusiones.

«El cambio climático es parte de un cambio global, parte de un entramado, de un circuito que conecta las áreas de reproducción y de invernada de las aves a través de rutas migratorias», resume José Luis Tellería, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y codirector de su Grupo de Investigación en Biología Evolutiva y de la Conservación. «Cuando las aves migratorias disminuyen, puedes pensar en tres causas: una caída de las poblaciones en sus lugares de origen, una reducción de sus movimientos o un empeoramiento de las condiciones de los hábitats de invernada», añade.

Teniendo todo esto en cuenta, advierte de que en Europa «hay ciertas especies de aves que aumentan, mientras que otras, las de los intersticios ambientales, están desapareciendo, y estas son las que más reflejan la diversidad biológica». Grosso modo, crecen las poblaciones de patos y de aves forestales, a la par que disminuyen los pájaros propios de los ambientes agrícolas. A su juicio, aunque hay que tener presentes otros factores (como los cambios en el uso de la tierra), «hay muchos procesos que apoyan la idea de que el cambio climático está modificando la conducta migratoria de las aves». Y es un cambio generalizado en el hemisferio Norte, que se aprecia tanto en Eurasia como en Norteamérica. «Se registran inviernos cada vez más suaves, de modo que las aves se quedan en latitudes más altas, lo cual implica que los migrantes llegan menos a las regiones del Sur».

De España a Holanda

Un macho de aguja colinegra en plumaje reproductor, de color castaño intenso. | Erik Bangjord

Es paradigmático el caso del ánsar común, muy bien estudiado. Su población ha aumentado de forma sostenida en Europa, pero las zonas de invernada tradicionales reciben cada vez cifras más bajas de migrantes porque se ha producido una redistribución, un reagrupamiento hacia el Norte. «Si en los años ochenta del siglo pasado la mayoría de la población invernaba en la Península Ibérica, en los noventa el centro de la invernada se desplazó a Francia y Bélgica, y en el siglo XXI se ha situado en Dinamarca y Holanda», detalla Tellería, quien añade que ese desplazamiento de unos 2.700 kilómetros, de España a Holanda, «podría relacionarse con cambios de hábitat, de cultivos, que siempre están detrás de la distribución de las aves, pero tiene mucha lógica que se deba a unas mejores condiciones del clima en las zonas más septentrionales», indica.

Cristina Ramo, investigadora de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), y otros autores concluyen, en un artículo publicado en 2015 por la revista ‘PLoS One’, que la evolución de las temperaturas invernales «tiene mucho que ver» en esa tendencia y sostienen que, «contrariamente a lo que se ha dicho, la expansión de los cultivos apenas ha influido», salvo los campos dedicados al cereal de invierno en Dinamarca. Su razonamiento es el siguiente: «Con inviernos más atemperados en latitudes altas, muchas más aves se quedan o se mueven poco. Las ventajas de hacer esto son evitar la mortalidad durante el viaje y llegar antes, y en mejores condiciones, a las zonas de cría, donde, además, pueden ocupar hábitats de mayor calidad, lo cual repercute en un mayor éxito reproductor». Y el ánsar común no es la única especie que ha optado por esa estrategia, sino que se ha generalizado entre las aves acuáticas migratorias. Pero esa opción también tiene peros: el principal, el coste en termorregulación y la dificultad de acceso a la comida ante cambios súbitos en las condiciones ambientales.

Mesetas como refugios

El mismo fenómeno que aparta de España a muchas aves migratorias del Norte, retiene aquí a migrantes transaharianos que deciden, igualmente, recortar su viaje y, en vez de cruzar a África, se quedan en la Península. «Aunque, en este caso, nadie ha aportado información contundente que lo pueda relacionar con el cambio climático». Precisamente, Tellería y su equipo han estudiado la distribución de las aves invernantes en la Península Ibérica y en Marruecos. «Vemos la cobertura arbórea y otros rasgos, como la temperatura y las precipitaciones, y los usamos para hacer modelos de la distribución de las especies, es decir, para ver dónde es más probable que aparezcan», explica. «En general, los pájaros son rastreadores de comida», por lo que es este factor, la disponibilidad de alimento, lo que más condiciona su distribución. Sumando a esos datos las proyecciones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) se concluye que «las condiciones en Marruecos y en parte de la Península Ibérica se van a deteriorar, y que las montañas y las mesetas van a actuar como reguladores: las zonas buenas suben en altitud. La costa mediterránea ibérica y la costa atlántica marroquí al oeste del Atlas se verán muy afectadas», aventura Tellería. Y ese proceso se extiende a las áreas de origen de las aves.

En general, crecen las poblaciones de patos y aves forestales, pero se reducen las de pájaros propios de ambientes agrícolas

Por otro lado, la disminución de la invernada no solo concierne a las aves, sino que tiene efectos colaterales relevantes. Por ejemplo, explica José Luis Tellería, «afecta a la dispersión de las semillas de los árboles y arbustos con fruto de la zona periférica del Paleártico, de la cuenca mediterránea, que es realizada por aves. En el Atlas y en la zona costera de Marruecos puede haber una disminución de su eficacia en esa función, vital para las plantas», dice. Otra alteración sustancial, relevante, en las pautas de los movimientos migratorios se refiere a su fenología, es decir, al momento temporal en el que se producen. Existen abundantes evidencias de que la migración primaveral se ha adelantado, al tiempo que la otoñal se ha retrasado, y ha variado, asimismo, la duración de los pasos y su secuencia.

SEl biólogo Juan Antonio Masero, del Grupo de Investigación en Biología de la Conservación de la Universidad de Extremadura, lleva casi quince años estudiando la migración de las aves limícolas, y en particular de la aguja colinegra, en los humedales antrópicos (arrozales) extremeños, y advierte cambios. «Se observa un patrón, que aparece en muchas aves que migran a larga distancia: llegan antes y tardan más en irse». Y concreta: «la aguja colinegra, que en los años noventa del siglo XX pasaba aquí apenas unos días, ahora, según hemos comprobado aplicando técnicas de radioseguimiento vía satélite, se queda 30 o 40 días». Paralelamente, «en los últimos seis o siete años», ha observado una disminución apreciable en el número de aves que llegan. «Colaboro con investigadores holandeses en un proyecto de marcaje y captura-recaptura de agujas colinegras, y ellos están apreciando una disminución de un 6% anual. Es mucho», constata.

Circulación atmosférica

«Ya estamos viendo el aumento del nivel del mar debido al derretimiento de las capas de hielo, y esta subida del agua se ha acelerado en los últimos años. Además, los datos indican que esta tendencia continuará en cierta medida incluso si el clima de la Tierra se estabiliza. También muestran que si reducimos las emisiones significativamente, podremos limitar el impacto», señala el director de la investigación, Nick Golledge.

Según este investigador, si las políticas no cambian, veremos un calentamiento de tres o cuatro grados respecto a las temperaturas preindustriales y una gran cantidad de agua de deshielo de Groenlandia y la Antártida fluirá hacia todos los océanos. De acuerdo con estos modelos, este agua de fusión interrumpirá en gran medida las corrientes oceánicas. La afección sobre especies marinas puede ser también notable, especialmente para aquellas que utilizan estas corrientes para desplazarse de una parte a otra del planeta.

Arroz, un mal combustible

Las aves limícolas han adoptado los arrozales como sustitutivos de los humedales naturales, «que son de los ecosistemas más amenazados y de los que más superficie se ha perdido». Y parecen hábitats adecuados, con refugio y alimento. Pero hay un problema, relacionado con la alteración de la fenología de las migraciones. «Al llegar antes, no hace mucho frío y el pico de la eclosión de invertebrados acuáticos aún no ha llegado, ocurre semanas más tarde, de manera que tienen que buscar otros recursos». Y ese recurso alternativo son los granos de arroz que quedan después de la cosecha. Problema: «Es un alimento muy energético, pero carece de ácidos grasos de cadena larga, como el Omega 3, que sí tiene su alimento tradicional, los invertebrados acuáticos. Estamos trabajando sobre la hipótesis de que en las reservas de grasa para el vuelo no importa tanto la cantidad de grasas como el papel de esos ácidos grasos». Su carencia, añade, implica que trayectos de 3.000 kilómetros que antes estas aves hacían de un tirón, ahora deben cubrirlos por etapas, «en saltos más pequeñitos. La aguja colinegra podía volar antes directamente hasta el mar de Wadden (Alemania y Holanda), pero ahora necesita parar en Francia». Y eso puede representar un problema añadido, porque tal vez en las nuevas escalas no localice humedales apropiados.

Pero hay más. «También existen correlaciones entre este tipo de alimento (el arroz) y la coloración de los plumajes, cada vez más pálida», apunta Masero. «Un estudio sobre una serie de pieles de museo de aguja colinegra, que abarca un intervalo de un siglo, muestra cómo los machos (de color rojo intenso en época de celo) se han vuelto más pálidos. Yo estoy haciendo un experimento en cautividad, también con agujas colinegras, y parece que, en efecto, la falta de ácidos grasos de cadena larga influye, hormonalmente, en una carencia de pigmentación. Si las agujas, como parece, eligen pareja por la coloración del plumaje, esta tendencia puede afectar a ese mecanismo de selección de pareja» y, por ende, a la reproducción. «Es una hipótesis novedosa y los resultados aún son preliminares, todavía estamos analizando datos y tomando biopsias de la grasa, pero todo apunta a que eso es lo que ocurre».

Luís Mario Arce

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