Verde y Azul

A los glaciares ibéricos les quedan treinta años

Restringidos a los Pirineos, con vestigios en forma de heleros en los Picos de Europa y en Sierra Nevada, retroceden con rapidez desde los años setenta del siglo pasado. Todos los modelos climáticos fechan su desaparición hacia 2050

Los glaciares europeos retroceden, se deshielan, desaparecen poco a poco conforme las temperaturas suben y, paralelamente, la Línea de Equilibrio Glaciar (LEG), el horizonte donde las pérdidas y las ganancias de hielo se compensan –y los glaciares se mantienen–, se sitúa cada vez a mayor altitud. No es un fenómeno exclusivo del continente, sino que se produce a escala mundial: también se deshielan las superficies glaciadas del Himalaya, Groenlandia y la Antártida. Lo que ocurre es que en Europa va más rápido y en los Pirineos, donde persisten los últimos glaciares ibéricos, la situación es terminal: en 2050 este paisaje será solamente un recuerdo, según todos los escenarios climáticos.

“Todos los glaciares europeos están retrocediendo, con la excepción de algunos del norte de Noruega. En los Alpes, que es la zona más glaciada de Europa, el retroceso es fuerte, aunque todavía quedan masas de hielo importantes. En los Pirineos, al estar más al Sur y ser más bajos, la situación se extrema: los glaciares están casi desaparecidos, se puede decir que son glaciares en fase terminal”. El diagnóstico lo efectúa Juan Ignacio López-Moreno, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE), dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cuyo equipo sigue desde 2011 la evolución del glaciar de Monte Perdido, el mayor de los pirenaicos, y analiza la conversión de los glaciares en heleros, todo ello puesto en relación con el cambio climático.

“Este retroceso se inició al final de la Pequeña Edad del Hielo (PEH), a mediados del siglo XIX, y desde 1970 hasta los años dos mil ha habido un retroceso muy importante”, detalla López-Moreno. Luego, el retroceso ha continuado, pero a otro ritmo “y, en algunos casos, como son glaciares tan pequeños, en los más altos, o en los situados en zonas con mucha alimentación de nieve, ese proceso se ha desacelerado, aunque esta reacción era esperable. Los glaciares responden al clima, pero llega un momento en el que responden más a la topografía, a la protección de la radiación solar”, concluye el investigador, quien añade que, en los últimos siete u ocho años, “se ha perdido entre una cuarta y una quinta parte del volumen de hielo” en los glaciares de los Pirineos. El de Monte Perdido, en concreto, “ha reducido una media de seis metros su espesor de hielo desde 2011. Eso, en glaciares que tienen un espesor máximo de 30 o 40 metros y en ocho años de estudio, es mucho”, asegura.

Tendencia al retroceso

La pérdida no es constante, sino que registra oscilaciones, pero la tendencia es de retroceso. “Algunos años son muy negativos y, otros, bastante positivos, como 2018, en el que nevó mucho en invierno y en primavera, y no fue un año particularmente cálido, de manera que incluso creció el volumen de hielo”, explica López-Moreno. Ofrece algunos datos muy ilustrativos: de los 39 glaciares que había en los Pirineos en 1984 se pasó a 22 en 2008 y a solo 19 en 2016, lo que supuso una reducción de la superficie glaciada de 810 a 306 hectáreas entre 1984 y 2008, y a 242 en 2016. “Han desaparecido muchos glaciares en los últimos años, o han pasado a ser heleros, y la mayoría de los que quedan son muy pequeños”, resume el investigador del IPE.

A más largo plazo, situando como referencia el final de la Pequeña Edad del Hielo, “dentro de la tendencia al retroceso, ha habido avances ocasionales, debidos a pequeños enfriamientos y décadas más húmedas, pero, sobre todo, períodos de equilibrio, como los años setenta y ochenta del siglo XX”, refiere Enrique Serrano, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Valladolid, quien ha estudiado los glaciares pirenaicos y los heleros de los Picos de Europa. “Después ha empezado un retroceso marcado y a finales de los años noventa se produjo un colapso, con una pérdida posterior muy acelerada”. Se explica porque “los glaciares pirenaicos son pequeños y su respuesta a la subida de temperaturas es muy rápida, pasando de las pérdidas al colapso. El de Monte Perdido ya tiene una parte de hielo muerto, una placa que ni se quiebra, ni se deforma, ni avanza. El de La Maladeta ha perdido algún año hasta 40 metros de su lengua glaciar y probablemente se pierda en una década”.

Los heleros que persisten en los Picos de Europa y en Sierra Nevada, formados por hielo glaciar, afrontan un destino similar, aunque los factores topográficos amortiguan el efecto del calentamiento y les otorgan una prórroga. Así, el principal helero de los Picos de Europa, el del Jou Negro, no sufre una fusión muy rápida, “al estar embutido contra la pared Norte, en una zona donde recibe muy poca insolación y la nieve se acumula y perdura. Pero si en los años ochenta del siglo XX se había medido un espesor de hielo de 30 o 35 metros, las últimas mediciones que hemos hecho dan espesores de ocho o nueve metros”, constata Enrique Serrano. “Si hay varios años en los que nieve mucho en ese punto, el helero estará protegido y puede durar más”, agrega.

Los derrubios, las acumulaciones de piedras desprendidas por la erosión, también protegen los glaciares y los heleros, que llegan a quedar sepultados, ocultos. “En el caso de los glaciares, esto ocurre porque, al perder la capacidad de movimiento, dejan de actuar como cintas transportadoras, tanto de hielo como del material que cae encima, no lo pueden ir evacuando”, indica López-Moreno. “Cuando los derrubios todavía forman una capa fina, aceleran la fusión, porque las piedras se calientan, igual que sucede con los espolones rocosos que afloran en algunos glaciares, pero cuando adquieren un espesor suficiente se convierten en aislante y pueden hacer que el hielo aguante más”, puntualiza.

Pérdida paisajística

Evolución del glaciar Okjökull de Islandia. | EFE

La desaparición de glaciares y heleros es, sobre todo, una pérdida paisajística, coinciden ambos expertos, pues su aporte a la red hidrográfica es anecdótico, “de menos del uno por ciento en los Pirineos”, según López-Moreno, quien sostiene que su ausencia “puede notarse en pequeños cambios en torrentes y en lagunas asociadas a los glaciares, que pueden afectar a los macroinvertebrados muy dependientes de las características del agua”. Serrano añade que “localmente, habrá arroyos que en verano lleven menos agua, pero los ríos pirenaicos dependen del régimen nival, no de la fusión de los hielos glaciares”. En el caso de los Picos de Europa, “los heleros no influyen en absoluto en los ríos”, dice.

Para López-Moreno, “el retroceso de los glaciares representa una pérdida de patrimonio paisajístico. A muchos visitantes les gusta que haya glaciares, es un paisaje interesante. También constituye un indicador de procesos de cambio global; su retroceso es un claro índice de que el clima se está calentando y las nevadas están disminuyendo”, manifiesta.

La geóloga Rosana Menéndez Duarte, profesora de la Universidad de Oviedo y participante en el proyecto ‘Cronoantar’ que estudia el retroceso de los hielos en la Antártida, aporta el contexto global: “En las últimas décadas el mayor retroceso de los hielos se da en el hielo ártico, es donde se ve más claro y más rápido. El hielo marino es menos estable y ante un cambio brusco puede reaccionar de forma más inmediata. Los casquetes continentales también lo acusan, pero el proceso no es tan lineal y la disminución no es tan grande. La Antártida es una gran masa de hielo y tiene más capacidad de asimilar los cambios”.

EL HIMALAYA Y LOS ANDES, ZONAS CRÍTICAS

Las consecuencias del retroceso de los glaciares adquieren dimensiones bien diferentes en otras zonas glaciadas de montaña, como el Himalaya y los Andes, “localizados en zonas de clima muy estacional, donde, en la temporada seca, la fusión de los glaciares es el principal aporte de agua. Si empieza a disminuir, eso afectará a la posibilidad de vivir de muchas comunidades”, comenta Juan Ignacio López-Moreno. Además, en los Andes, la fusión de los glaciares incrementa el riesgo de desastres naturales, ya que “se forman lagunas en zonas inestables, que se pueden romper, y, al estar en zonas de mucha pendiente, provocan grandes aluviones. En Perú, esto ha producido decenas de miles de muertos en el siglo XX”.

CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE GLACIARISMO

Criosfera: Comprende el agua en estado sólido del planeta, tanto en superficie como en el subsuelo y en los mares. Aparece en ambientes fríos, principalmente en las regiones árticas y en las áreas de alta montaña.

Glaciares: Grandes masas móviles de hielo compactado, que en los Pirineos se alimentan, sobre todo, de nieve recristalizada. El peso de la nieve caída sobre capas anteriores de nieve “vieja” provoca una presión que hace desaparecer las burbujas de aire e incrementa la densidad del manto nival. Su movimiento, por gravedad, modela grandes formas de la Tierra y genera paisajes característicos (paisajes glaciares). Ocupan un 10 por ciento de la superficie terrestre (15 millones de kilómetros cuadrados) y almacenan el 75 por ciento del agua dulce del planeta.

Heleros: Glaciares residuales, masas en estado terminal y sin deformación ni movimiento (salvo el debido a deslizamientos y reajustes). En España se localizan en los Pirineos, en los Picos de Europa y en Sierra Nevada.

Neveros: Acumulación de neviza (nieve compactada) que persiste en un ventisquero o sobre un glaciar tras una estación de fusión (es decir, al menos durante un año). Tienen cierta importancia biológica. –Pequeña Edad del Hielo (PEH): Gran expansión glaciar ocurrida entre el siglo XIV y mediados del siglo XIX. En los Pirineos culminó a mediados del siglo XVIII y sufrió luego un retroceso hasta principios del XIX, al que sucedieron un avance secundario y, finalmente, una recesión glaciar. Los glaciares y heleros actuales son herederos de esta última expansión de los hielos. Los avances glaciares inmediatamente anteriores sucedieron en el Tardiglaciar, hace 12.000 años, y en la glaciación Würm (la última de las glaciaciones cuaternarias), hace 20.000 años.

Luís Mario Arce

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