Si hay que buscar responsables, hay uno: el editor Javier Moll de Miguel. Como cómplices y colaboradores hay más, muchos más. Todos los periodistas, fotógrafos, maquetadores, administrativos, contables, comerciales, clientes y anunciantes, pero sobre todo los miles de lectores que durante veinte años han participado de una complicidad tan inteligente y profunda, que a través de una extensa red de códigos propios compartidos a través de noticias, reportajes, crónicas, editoriales y análisis, ha creado una extraordinaria mirada propia para descifrar el contexto de una realidad como la coruñesa compleja y cambiante. Una comunidad constituida bajo la libertad y la independencia periodística. Así que ya ven, no estamos solos. Somos muchos.

La idea de sacar un periódico si se piensa bien, y no es preciso pensar mucho, es un auténtico disparate. Hace veinte años. Y ahora. En A Coruña o en la Patagonia. Si lo que se quiere es ganar dinero rápido y fácil, evitar dolores de cabeza, disgustos y tratar con gente tan sospechosa, incluso para ellos mismos, como los periodistas, hay negocios más rentables, seguros y tranquilos. Basta con echar un vistazo a los periódicos cada día para comprobarlo.

En el otoño de hace veinte años, ¿qué necesidad había de sacar a la calle un nuevo diario en A Coruña? Pues, en principio, ninguna. La verdad es que la ciudad-estado vivía en una envidiable y sosegada convivencia con un alcalde embriagador, una caja de ahorros saneada, un banco boyante, un lustroso rector, un urbanismo inmaculado, un gran periódico regional, otro, centenario y local y, un tercero, juvenil y deportivo. Y el equipo de fútbol local, campeón de Liga. Todo iba bien. ¡Qué ganas de molestar!

Eso es lo que se le pasó por la cabeza a más de uno. ¿Qué pretenden? ¿Incordiar? Incordiar incordia un periódico si se ocupa de lo que se tiene que ocupar. Y LA OPINIÓN A CORUÑA fue desde su nacimiento un periódico incómodo por alumbrar espacios por los que se transitaba entre tinieblas, conexiones entre lo público y lo privado ajenas al escrutinio y la fiscalización social, que abrió nuevas ventanas para oxigenar una opinión pública, un tanto ahogada, y más heterogénea, plural e inteligente de lo que parecía hasta entonces desde las tribunas y poderes locales.

Han pasado los años, y si la nostalgia es un ejercicio solo practicado por los supervivientes, este diario se puede sentir orgulloso de poder atravesar estas dos décadas con el bagaje de haber contribuido a estimular la competencia periodística, lo que no es poco para una comunidad que aspira a estar bien informada, o lo que es lo mismo, más independiente, plural y democrática en el significado más puro y sencillo de estos conceptos tan manipulados como sobados, pero tan vigentes como necesarios para mantener una sociedad con la constantes vitales en plena forma. Una sociedad más despierta, más curiosa y mejor informada.

Estos son los bienes intangibles aportados por este periódico a la sociedad coruñesa durante veinte años. Con el paso del tiempo se es más viejo, menos inocente, más incrédulo, pero el periódico con su capacidad camaleónica se ha ido adaptando a los cambios de piel de un entorno muy diferente del que nació, pero esa facilidad para mutarse en función de las circunstancias y el contexto es justo lo que lo mantiene en vigor, con el pulso firme para poder informar, criticar y reflexionar. Y es por lo mismo por lo que sigue siendo necesario.

El periodismo es útil. Y este periódico es un ejemplo exitoso de ello porque ha contribuido a que sus lectores se sientan partícipes durante estos veinte años de una comunidad en la defensa de unos valores en torno a una cabecera periodística asociada a la credibilidad. A la verdad. A la verificación de los hechos narrados. Al igual que cuando se producen inundaciones lo primero que escasea es el agua potable igual pasa ante la avalancha masiva de información. Se necesita a alguien fiable que filtre, ordene y jerarquice el agotador e imparable flujo informativo diario.

Aquí nos tienen.