Tres chiquillos, el mayor con 14 años, llevan ya en su memoria la misma tragedia vivida por su padre durante más de 20 años: la muerte de su progenitor. La diferencia radica en que al dolor de la pérdida del padre, ellos suman la desolación de su madre, la vida marcada por una exigua pensión de viudedad y orfandad, la realidad de una administración autonómica que prefirió la seguridad del armador de un barco al amparo que un seguro colectivo de vida otorgaba hasta hace poco tiempo a cada marinero gallego ante una eventualidad como la vivida la pasada semana por el racú sonense Serviola I...

El mar de la ría de Muros-Noia ya no será para ellos el que había sido hasta ahora y no podrán mirarlo sin que venga a su memoria la figura de Manuel Carou, fallecido en una absurda colisión entre el Serviola I y una batea. El patrón y armador del cerquero reclama la señalización lumínica de cada batea, pero no explica qué hacía el Serviola I -ya reflotado- en las proximidades del artefacto mejillonero donde, por cierto, ni él ni nadie pueden faenar con artes de cerco.

La Comisión de Investigación de Accidentes Marítimos habrá recogido detalles sobre lo acontecido. Otros muchos se guardarán en el armario de todos y cada uno de los intervinientes en el rescate y traslado de los tripulantes de la embarcación hundida, porque nunca o casi nunca se detallan los hechos acaecidos y, en posteriores reflexiones, acuden a la mente imágenes que, en el instante de la declaración de cada cual, no se hicieron presentes.

Estos días se han vertido lágrimas de cocodrilo: el armador acudió al sepelio de Manuel Carou, pero no explicó por qué dos de los tres tripulantes de su embarcación no estaban enrolados ni dados de alta en la Seguridad Social (como este periódico informó al día siguiente de la tragedia); tampoco ofreció explicaciones sobre la causa del fallecimiento de uno de "sus" marineros a pesar de que, a los pocas horas de ocurrido, se habrá emitido un informe de los forenses que aclare lo acontecido.

En este vertido de lágrimas de cocodrilo ha intervenido asimismo la administración: desde la Dirección General de la Marina Mercante a la Consellería do Medio Rural e do Mar. La primera, porque tampoco ha explicado por qué una embarcación despachada para tres tripulantes, se hace a la mar con cinco; porque se sabe que hay marineros -sobre todo procedentes de terceros países- que van a la mar para no pasar hambre y porque en tierra no tienen dónde trabajar, marineros en muchos casos sin formar que cobran lo que se les pague y no protestan porque lo que perciben sea menos de lo que se llevan sus compañeros españoles (a estos se les obliga a realizar cursos y cursillos de los que carecen los ilegalmente enrolados). La segunda, porque tras retirar el seguro colectivo de vida de los marineros gallegos o residentes en Galicia, se ha potenciado la seguridad de los barcos a costa del sacrificio de aquellos que van a bordo y las familias de éstos y todo para, en la práctica, no ahorrar nada porque ¿quién sabe lo que vale la vida de una persona?

Cada uno de los cinco tripulantes del Serviola I tiene, a buen seguro, su versión del suceso. Manuel ya no la podrá contar. Sí podrán hacerlo sus cuatro compañeros. Y los tripulantes del Noemí y el Arela, que acudieron con rapidez en ayuda de aquellos que la necesitaban. De lo dicho hasta ahora, la Comisión encargada de la investigación del accidente extraerá conclusiones. Habrá responsabilidades. Tiene que haberlas, al parecer de muchos de los marineros que comentan sobre los acontecimientos. Madrid y Galicia, como sedes de referencia a la hora de enjuiciarlos, no pueden contribuir con lágrimas de cocodrilo al dolor de la familia marinera, especialmente la de Manuel Carou.