Poner punto final a los descartes no es fácil. Hacerlo por el método de arrojar al mar todo cuanto de irregular pudiera pescarse, tampoco. Pero pescar sin ser consciente exactamente de qué es lo que capturas para, al final, tener que mantener a bordo una pesca que no podrás vender ni tampoco consumir o regalar, simplemente parece aberrante porque, verdaderamente, por esta acción no se limitan las capturas prohibidas o indeseadas: se pesca lo mismo y, por si esto fuese poco, te ves en la obligación de trasladar a puerto, para descargar en él, todo cuanto has izado en los aparejos de pesca para, definitivamente, no sacar de ello provecho alguno y sí, sin embargo, realizar un trabajo de cuyo fruto no vas a poder beneficiarte ni tú como armador, ni el patrón, ni los tripulantes. Trabajo, trabajo y trabajo inútil. Pero, eso sí, hemos eliminado los descartes y podemos hablar de "cero descartes", una perogrullada del tamaño del faro Vilán.

¿Cuál es el beneficio? ¿Qué es lo positivo del control de los descartes en puerto y quién compensa a los tripulantes por un trabajo baldío y que en nada beneficia ni a la biodiversidad ni a la economía social?

A día de hoy nadie dispone de datos fehacientes, especie a especie y caladero a caladero, que puedan tomarse como indicadores exactos del estado de las pesquerías. Implantar tal obligación en tan corto plazo de tiempo para nada contribuye a hacer realidad la reforma de la Política Pesquera Común.

Galicia ha pedido por activa y por pasiva la realización de más estudios técnicos. Solo así se podrá aportar argumentos casi irrefutables para aplicar medidas que no contribuyan a una mayor digresión y evitar que ésta continúe afectando exclusivamente a los pescadores sin resultados prácticos para los distintos caladeros.

Las conocidas como especies de estrangulamiento aportan un mayor problema por las incompatibilidades del principio de estabilidad relativa, vigente desde hace una treintena de años, de la mano de esa prohibición de los descartes y que carecen de cuota o disponen de una cuota escasa, lo que no impide que los barcos las capturen. Y a pesar de ello, nadie quiere saber nada del establecimiento de una reserva comunitaria de capturas accidentales de cuotas de pesca o del uso de artes selectivas. Así, las distintas flotas se ven abocadas a la paralización de su actividad a los pocos días de iniciada una campaña.

No sabe el arriba firmante si el establecimiento de la política de descartes cero es más una condena a muerte para las flotas comunitarias -específicamente la española- o un desafío para ciertas preclaras mentes en cuyas manos naufragan las ideas y faltan las soluciones.