Hace unos cincuenta años un hombre que decía ser un experto en materia de iluminación de grandes superficies logró convencerme para conocer un fantástico proyecto de su autoría y que, según sus explicaciones iniciales, tendría para Galicia unas consecuencias enormemente beneficiosas. Especialmente, aclaró, para los profesionales de la mar.

Nada me hizo pensar en aquel momento que el proyecto fuese un imposible y nos citamos para el siguiente día por la mañana.

Acudió puntual a la cita. Se sentó frente a mí y de una gran carpeta extrajo no menos de diez o quince cartulinas de un blanco inmaculado y extendió una sobre otra en el tablero de una mesa cuadrangular que existía en el despacho.

Lo hizo a conciencia y dando al acto una importancia suma. Cuando colocó la totalidad de las cartulinas sobre la mesa, inquirió: "¿Qué? ¿Qué le parece el proyecto? Asombroso, ¿no?"

No entendía nada. Las cartulinas seguían tan inmaculadas como cuando puso la primera sobre el tablero de la mesa. Y no había visto ni el más mínimo signo o apunte en aquella blanca palidez.

"Perdone -me disculpé- pero no entiendo cuál es el proyecto".

"Ah, usted tampoco lo entiende, claro... En ningún medio de comunicación lo entienden. Son todos una panda de borregos".

Aquí caí en la cuenta de que el hombre en cuestión no era sino, y a pesar de su educación inicial y buena presencia, una de esas personas que se consideran poseedoras de conocimientos que nadie había manejado hasta entonces y me dispuse a despedirlo de buenas maneras, pero tajantemente.

"Mire usted. Creo que lo que debe de hacer es presentarlo en la delegación del Ministerio de Industria. Sería lo más indicado, de verdad".

Una a una recogió las cartulinas. Cuando introdujo la última en la carpeta que portaba, sentenció: "Se va al carajo el mayor proyecto de la Humanidad, la iluminación absoluta del océano Atlántico".

Se marchó sin un adiós ni un portazo, que era lo que esperaba.

Un proyecto de iluminación del océano Atlántico.

Cincuenta años más tarde, la Xunta protagoniza un proyecto "similar", mediante el uso de balizas luminosas que señalicen el contorno de las bateas mejilloneras, artefactos flotantes que, al igual que otros como las boyas o las plataformas petrolíferas, están sujetos a unas normas de obligado cumplimiento en la mar tendentes a evitar accidentes marítimos como el sufrido por el pesquero Novo Marcos.

La Xunta quiere instalar esas balizas luminosas, pero los bateeiros se unen para negar las ventajas de tal iluminación. O, por lo menos, para matizar el proyecto sugerido también por la organización Aetinape, que solo encuentra ventajas para la seguridad de los profesionales de la pesca con esa iluminación.

Para los bateeiros, iluminar un campo de bateas es activar diez mil puntos de luz en la ría de Arousa, por ejemplo. Como ventaja complementaria obtendrían la posibilidad de una mayor vigilancia de sus cuerdas atestadas de mejillón ante los robos y añadir dificultades a los delincuentes que hasta no hace mucho utilizaban las bateas como elementos indispensables para evitar la persecución de los agentes del Servicio de Vigilancia Aduanera.

Cuando menos es un proyecto redactado. No como las cartulinas del visionario visitante que pretendía iluminar el océano Atlántico y que, según él, quedaba perfectamente claro en el esplendente blanco de unas cartulinas, para el autor evidente muestra de la viabilidad de su proyecto porque "tenían toda la luz del mundo".