Malta tiene un nuevo halcón. Éste sobrevuela las cumbres de Pesca de la Unión Europea y quiere acabar con la pesca comunitaria. En veintidós horas de negociación no logró totalmente sus objetivos pero, como halcón maltés, no abandona su presa: el acuerdo suscrito en Bruselas sobre TAC y cuotas para el año 2018 ha puesto cerco al arte de cerco y a la flota de Gran Sol al aplicar, con la anuencia de los ministros de Pesca, duros recortes al jurel, la merluza y el gallo que los malteses no comen y que los comunitarios del Norte trituran para hacer pienso que la propia UE destinará a su bienamada acuicultura.

El paso dado la pasada semana por los responsables pesqueros de la Comunidad Europea ha servido a la conselleira do Mar, Rosa Quintana, para hacer un canto a la esperanza: "Ha sido el peor consejo de todos estos años, pero a partir de ahora será mejor". Para el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, ha sido un motivo de satisfacción porque Galicia pescará más que nunca; sino en peces, sí en euros. Y para el secretario general de Pescagalicia-Arpega-O Barco, Torcuato Teixeira, la oportunidad la pintaron calva: se congratula por el diálogo necesario evidenciado entre los distintos estamentos españoles presentes en esas tristes jornadas de negociación comunitaria.

Karmenu Vella, comisario de Pesca, debe tener a la vista un nuevo chollo, similar al de su antecesora en el cargo, Maria Damanaki. No me extrañaría que, en cuanto se despida de la CE, encuentre un lugar de acogida en el seno de una organización no gubernamental. Los halcones malteses comen todos los días, aunque no les guste el pescado del Atlántico.

Un viejo marinero me advirtió un día: "Lavar la cabeza a un burro es perder el tiempo y el jabón". En la Comisión Europea se intentan lavar cabezas sin caer en la cuenta del valor del tiempo y del jabón utilizado en tanta cabeza hueca -que no digo que así sea la de los burros- como pulula por los pasillos de la sede de la UE.

Alto y claro: la pesca gallega no pasa, ni mucho menos, por su mejor momento. Los muelles o peiraos de los puertos de Galicia se están convirtiendo en cementerios de barcos y talleres de corte de chapa. Los tripulantes autóctonos silban al viento porque éste solo les afecta en tierra: el del mar moja a los marineros de terceros países. Las gaviotas comen en tierra: no les gustan los mújeles que rondan la mierda de los desagües. Pero 2019 será mejor, Galicia seguirá pescando y ganando y las organizaciones pesqueras practicarán la genuflexión como prueba de su acercamiento al poder del que dependen (para bien o para mal). Mientras tanto, los que viven de la mar se morirán de tedio y desesperanza por culpa del tiempo y el jabón perdido en el lavado de cabeza de los burros. Sobre estos sobrevuela el halcón maltés que quiere más carnaza.