Considerado como uno de los mejores servicios de salvamento marítimo del mundo (junto con los de USA y Reino Unido), el Salvamento Marítimo español (Sasemar) pasa en estos momentos por una situación verdaderamente crítica, con embarcaciones en muchos casos obsoletas -por no decir que inadecuadas para la prestación de servicios en la mar- y unas tripulaciones que, de tan mínimas, precisan de una reconsideración a fondo que pasaría necesariamente por el diseño de nuevos cuadros indicadores de tripulaciones mínimas y cuadros orgánicos similares, cuando menos, a los existentes en el año 2010.

El Ministerio de Fomento, a través de la Dirección General de la Marina Mercante (el director de este organismo en el presidente de la Sociedad de Salvamento Marítimo) debe decidir cuanto antes el futuro de un servicio de inestimable valor y sobre el que, desde hace unos años, recae la ingente tarea de rescatar y atender en la mar a miles de migrantes que, muchas veces sin saber nadar, arriesgan sus vidas para tratar de poner remedio a la miseria y la guerra que los mata en sus países de origen, cruzando el Mediterráneo o parte del Atlántico en frágiles embarcaciones.

Para esto, Sasemar dispone de una flota de 14 buques, 4 guardamares y poco más de 50 salvamares, con 750 tripulantes (más 21 personas en tierra) que, dejando a un lado la peripecia del Aquarius en el Mediterráneo y su llegada al puerto de Valencia, el mismo día intervenía en acciones que permitieron el rescate en aguas de Andalucía de 629 personas procedentes de distintos países, a la vez que contabilizaban por las referencias ofrecidas por los supervivientes, 4 fallecidos y 43 desaparecidos; en el Estrecho de Gibraltar, 471 migrantes a bordo de 57 pateras atendidos asimismo por Sasemar. Y veinticuatro horas más tarde, 290 migrantes eran atendidos asimismo por Salvamento Marítimo en aguas del Estrecho y el Mediterráneo. Y el lunes de esta semana, casi 400 más recibían la ayuda de los trabajadores de Sasemar en aguas canarias y andaluzas.

Las viejas unidades no dan para más y sus tripulaciones están exhaustas, concienciadas en su misión de salvamento pero con muchas horas de trabajo que ponen en riesgo sus propias cuando, por ejemplo, han de permitir que los cayucos en los que viajan los que buscan la libertad y un relativo bienestar se acoderen a las salvamar o guardamar a sabiendas de que algunos de los que pretenden subir a bordo van a hundirse en el mar por el acúmulo de personas en la borda, lo que hace que se produzca el vuelco de la embarcación.

Los trabajadores de Salvamento Marítimo piden el refuerzo de las tripulaciones de sus barcos allí donde es más evidente la llegada de migrantes, de forma que se produzcan los relevos de refresco y que el Ministerio de Fomento cumpla su promesa de considerar al personal de flota y de tierra empleados públicos y abandonar así la de trabajadores fijos a extinguir.

Para ello el nuevo Gobierno ha de nombrar un director general de la Marina Mercante (puesto que sigue vacante desde el cese de Rafael Valero), que en su condición de presidente de Salvamento Marítimo pueda tomar las riendas y enderezar el rumbo de esta sociedad que ha pasado ya por tantas adversidades que solo le falta que su horizonte de vida esté amenazado por la falta de medios técnicos y humanos.