Un sinvivir. Un no saber cómo. La yenka, izquierda, izquierda; derecha, derecha; adelante, atrás, un, dos, tres: pero no se avanza y el descalabro es absoluto. Y lo peor es que lo saben. Unos y otros: el reparto de cuotas de pesca por autonomías no se sostiene. Al menos es lo que piensa un importante porcentaje de armadores que ahora critican con dureza -¿con razón?- la decisión de la Secretaría General de Pesca de abrir un nuevo plazo para la pesquería del bonito. Y todo, porque los políticos, con tamaño desaguisado, no han caído en la cuenta de que la mayoría de la flota bonitera está ya amarrada, a la espera de nuevas posibilidades con otras pesquerías y que los grandes bancos de ese atún blanco se hallan a dos días y pico de navegación de ida y otros tantos de vuelta, con lo que pescar, para ellos, es una quimera. ¿Cuánto pescarían? ¿Diez, doce horas, tras 120 de ruta para ir y regresar a puerto base?

Como los romanos de Astérix, están locos.

No tienen en cuenta que los barcos boniteros, tras haberse decretado la finalización de la campaña del bonito, han "desarmado" toda su estructura de captura de su objetivo primordial, el bonito, y que, para reanudar la actividad, tienen que "armar" la misma nuevamente, con lo que se precisa de unos días de labor para ello. Pero el Ministerio de Pesca, que decide en un despacho hasta dónde han de mojarse el culo los pescadores, no sabe o no quiere saber de problemas y procede, per se, a reabrir esa adorada pesquería como si de una graciosa concesión se tratase (versión evidente de aquella famosa chochona que se rifaba en las ferias de nuestras fiestas mayores y que siempre le tocaba a alguien).

"Si antes estaba mal, ahora está igual o peor la situación", me dice el armador de dos barcos volanteros. "El barco no es una oficina. Los barcos, para pescar bonito, tienen que ser arranchados. El bonito está, ahora mismo, a 230 millas del puerto de A Coruña. En la mar hay en este momento alrededor de dos docenas de boniteros de cacea que, sin duda, se van a beneficiar de la medida adoptada por el Ministerio de reabrir la pesquería. Pero ¿qué hacemos los que, mayoritariamente, estamos ya en tierra, con el personal tripulante dado de baja y en el paro, y el barco sin adecuar para esa pesquería que hemos abandonado porque el mismo Ministerio así lo decidió? ¿Se puede decir que es una discriminación? Y si es así, ¿quién paga las consecuencias? Nosotros estamos cansados de soportar las equivocaciones de despacho seguro".

Son cinco los días de gracia para volver a pescar bonito muy cerca del caladero de Gran Sol. Si para, desde un puerto como es el de A Coruña, por ejemplo, se precisan cuatro días de navegación entre ida y regreso, ¿quién se arriesga a reanudar una pesquería suspendida graciosamente y que, también graciosamente se pretender reanudar sin tener en cuenta que hay que adecuar los barcos ya amarrados y emprender una ruta cuyo resultado se conoce de antemano?