Alrededor de 70 barcos españoles esperan que la Unión Europea y Marruecos ratifiquen el acuerdo para que las flotas de Galicia, Andalucía y Canarias puedan regresar a los caladeros del vecino del sur en el primer trimestre de 2019. Podría hacerse realidad si el Parlamento Europeo lo aprueba en el pleno del próximo mes de febrero. Y casi todo -con Marruecos nunca se puede asegurar al cien por ciento el cumplimiento de una previsión- hace pensar que así va a ser. Al menos es lo que el ministro de Agricultura y Pesca, Luis Planas, ha dejado entrever en su reciente viaje a Bruselas y Estrasburgo.

Galicia, como las otras dos comunidades autónomas con interés en las aguas marroquíes, lo necesita porque las cortapisas de la Unión Europea para la extensión de Totales Admisibles de Capturas (TAC) y cuotas para el año próximo obligan a buscar salidas a determinados barcos que, en la práctica, solamente tienen a Marruecos como última posibilidad de subsistencia. Lo sabe Marruecos y lo sabe la Unión Europea, pero si a los primeros esa necesidad le beneficia para aplicar plazos y barajar las cartas que le convienen, a la segunda (Bruselas) parece no crearle demasiados problemas. Como si con prolongar las negociaciones obtuviera algún beneficio. Algo así como extraer del retraso la compensación de no tener que abonar las cantidades que se fijan al establecer el convenio correspondiente cuando, en realidad, el pago es que la Administración comunitaria quedará en agua de borrajas dando el monto de las mismas.

Para las tres comunidades españolas, el convenio con Marruecos es fundamental. Lo es del mismo modo que para algunas regiones de la vecina Francia el acuerdo agrícola. Pero el peso que España tiene en el seno de la UE no es, evidentemente, el que Francia ostenta en su calidad de socio fundador de la antigua Comunidad Económica Europea y uno de los grandes muñidores del retraso en el acceso de España a la Comunidad Europea, especialmente en lo que tañe a los sectores agrícola y de pesca.

Toca pues remangarse, que es lo que siempre se hace para, cuando menos, lograr esa especie de migajas que los demás socios dejan para los menos favorecidos por la fortuna.