El turno ha correspondido estos días al puerto de Burela. Es un goteo incesante. El pesquero Loremar ha puesto rumbo al País Vasco, como antes lo han hecho embarcaciones de diverso tipo con base asimismo en puertos de Galicia. Además de los ya citados en un artículo anterior, el Cristina Pedros, Playa San Francisco, Montelouiro y Golfiño, que han pasado a formar parte de las flotas pesqueras de Portugal; I lla de Creba y Avedal, que ya tienen su base en Ondárroa (Vizcaya), y el Playa da Marosa y Bitácora que, en los últimos días, han cambiado asimismo de puerto base.

Del mismo modo que, hace muchos años, emigraban marineros gallegos a Bilbao „en uno de cuyos barrios crearon la que se conoce como Pequeña Galicia, Trintxerpe„ ahora son los barcos los que sientan su base en puertos vascos para mayor gloria de esta comunidad autónoma y tristura de las radas de Galicia donde las rederas, al igual que las lonjas y los mercados locales comenzarán en poco tiempo a sentir los efectos de esta "emigración" forzada por las, indudablemente, mejores condiciones que las autoridades vascas otorgan a armadores y tripulantes que en Galicia no sabemos cuidar. Tal vez en la Xunta debieran preguntarse el por qué, del mismo modo que debieran hacerlo entidades como las cofradías de pescadores y asociaciones de armadores que ven cómo se les escapan de entre las mallas de sus redes barcos y más barcos que engrosan los censos de Portugal, Cantabria, Asturias y Euskadi en ese que, con permiso del lector, califico de "goteo que no cesa".

No quiero pensar en una Galicia sin barcos de pesca, en una Galicia sin pescadores. No lo veo posible. Pero sí se comprueba a diario cómo cada vez hay más espacio libre en los peiraos hasta ahora abarrotados de embarcaciones de diverso tipo y dedicados a distintas artes que actualmente ponen proa a un Cantábrico que no es aquel en el que hasta ahora han pescado y en el que, cabe esperar, desean pescar porque aquí, ni pueden hacerlo ni les permiten que lo hagan. En el País Vasco, morra a marta, morra farta, dicho muy socorrido entre la gente de mar y que describe ese momento en el que, ahítos de tanto no comer nada, pasan a comer aire, que no engorda, pero tampoco hace daño.

Hay preocupación. Y mucha. Lo que está aconteciendo en esta que es tierra de pescadores y emigrantes no es habitual; pero se ve que el agua llega al cuello y. antes de que se ahoguen, optan por buscar una salida que, al menos, permita asomar la cabeza. Aunque sea relativamente lejos de las familias. Unas familias a las que hay que alimentar con algo más que buenos deseos y mejores palabras, elementos muy a tener en cuenta pero que no acallan las tripas cuando estas protestan porque nada las entretiene. Y tampoco satisface lo que aquí, en Galicia, acontece a los armadores: estos tienen que pagar salarios (aunque sean a la parte), más combustible, seguros, Hacienda, amarres portuarios, etc. y la escasez de cuotas de pesca, el hostigamiento de los vigilantes del mar „que no de la playa„, y las condiciones actuales no se lo permiten. Cansados de pedir, hastiados de tanto soportar las indiferencias, hacen lo que siempre se ha hecho en nuestro País: emigrar. Su maleta es, ahora, un barco en el que caben todos los enseres.

El goteo, por lo que me aseguran, va a continuar. De este modo, la especial protección de las autoridades nacionales a los pescadores vascos estará más que justificada. Y no habrá protestas, tengan cuidado: con menos flota que Galicia, han recibido todas las ayudas habidas y por haber. Qué no recibirán cuando el peso de los barcos gallegos engrose los censos vascos.

Malos tiempos. Muy malos, vienen.