Si los encargados de cubrir la retirada no se hubiesen echado atrás, el dictador Francisco Franco en lugar de en su cama en 1975, podría haber muerto cinco años antes en un atentado en Oleiros al estilo del que costó la vida al entonces presidente del Gobierno Carrero Blanco. Así lo relata en su último libro, Francisco Franco y La Coruña, el marino, documentalista, escritor y periodista Carlos Fernández Santander.

El autor relata, no exento de humor, cómo hace cuarenta años, en el verano de 1970, Franco estaba como siempre en el pazo de Meirás y tenía como invitado al marqués de Villaverde, que se dedicaba a practicar y mostrar un deporte nuevo en la ría, esquí con paracaídas, que traía al parecer de Acapulco (lo que hoy sería el kitesurf).

En este ambiente veraniego, según relata Carlos Fernández, un comando de ETA denominado Txomin e integrado por cuatro personas (una estudiante de ingeniería de minas), preparaba un atentado contra el Generalísimo. El comando estudió durante semanas el recorrido que efectuaba Franco todos los días desde el pazo de Meirás en Sada hasta el club de golf de A Zapateira en A Coruña. La mayoría de las veces el vehículo del dictador, acompañado del resto de comitiva de seguridad, cogía por Arillo y luego hacia Santa Cruz para después llegar a A Coruña, aunque otras veces optaba por salir por Montrove.

Los etarras, tras estudiar los recorridos, decidieron que el mejor lugar para atentar contra la vida de Francisco Franco era la curva de Bastiagueiro, en una zona ahora denominada avenida Che Guevara, poco después de la urbanización donde esta la Rúa dos Niños y antes de la pasarela peatonal y la rotonda de Bastiagueiro. En este punto existía entonces una espesa vegetación y arboleda en ambas márgenes, además de un monte al otro lado de la playa.

El autor del libro cuenta que este atentado iba a ser, según le manifestó un alto cargo de la Dirección General de Seguridad, un ensayo del que después hizo volar, literalmente, el vehículo en el que viajaba Carrero Blanco.

El grupo armado contaba con ochenta kilos de explosivo robados en una cantera del País Vasco que quería colocar en la zona de la curva, con los cables para accionar el explosivo disimulados por las zarzas que cubrían un terraplén al borde de la carretera.

Fernández señala en su obra que los etarras contaban con el factor sorpresa y la carga explosiva y los cables se iban a colocar por la noche cuando no había vigilancia pues de día había guardias civiles a lo largo de la carretera colocados cada 200 metros.

Un antiguo miembro de ETA perteneciente a este comando confesó años después, según se cuenta en el libro, que el plan se frustró a última hora porque el barco pesquero vasco atracado en el muelle de A Coruña y que iba a garantizar su retirada por mar (a cambio de una gratificación económica), al final se echó atrás. En la cobertura de la infraestructura de este atentado frustrado también iba a colaborar, al parecer, integrantes de una organización nacionalista gallega.