"Pues comemos temprano en la sala de prensa, cogemos uno de los autobuses y así llegamos al estadio con tiempo más que de sobra, ¿no?". La historia, 'spoiler', acaba con los dos enviados especiales de este periódico y de Prensa Ibérica llegando corriendo a sus butacas del estadio Al Bayt apenas cinco minutos antes de que comience la inauguración del Mundial de Qatar.

Se repite mucho que el que comenzó este domingo es el Mundial más compacto de la historia. Y es cierto. Que nunca las diferentes sedes estuvieron tan próximas la una de la otra. Y también lo es. Pero en Qatar, tras cinco días aquí, ya está más que claro que nada es lo que parece. En realidad, casi nada está cerca aquí, pues aunque sobre el papel (o sobre Google Maps) lo esté, las dificultades emergen en casi cada desplazamiento.

El show de Morgan Freeman y compañía se celebraba en el estadio Al Bayt de Jor, el único que está realmente fuera del núcleo urbano de Doha. Un campo, por otro lado, con capacidad para 60.000 espectadores en una ciudad en la que viven unos 200.000, una de tantas desproporciones del emirato. Como casi todos los demás, está construido en mitad de la nada más absoluta, entre hectáreas de arena y hectáreas de arena.

La hora local prevista para la inauguración eran las 17.40 (siempre dos menos en España) y mi compañero Joan Domènech y yo decidimos salir del centro de prensa a las 14.15. Un margen de tres horas y media para un trayecto de 44 kilómetros en autobús. Tiempo mucho más que de sobra. Parece obvio, ¿no? Pues no.

Dirección equivocada

Tras casi una semana en Doha, uno ya se empieza a ubicar un poco. Y me di cuenta enseguida de que el chófer estaba tomando una dirección que intuía contraria a la que debía tomar. Tampoco le di más importancia, porque en Qatar están obsesionados con ordenar el tráfico (de personas, de coches, de todo) con largos circuitos vallados y pensé que quizá la ruta que había tomado era la destinada para los autobuses.

Me empecé a mosquear cuando vi que dejábamos otras el Ikea de la ciudad, porque había pasado unos días antes para ir a la concentración de la selección de Polonia y sabía que ese no era el camino correcto. Después nos hizo un 'tour' por otros lugares de la ciudad, como el impactante estadio de Lusail (sede de la final) o la Universidad, donde se concentra España. Entonces quedó claro algo: el conductor del autobús se había perdido.

La ruta que siguió el autobús, en dirección a Jor, al norte. Redacción

Llevábamos ya una hora de trayecto en balde cuando unos compañeros mexicanos (calculo, exagerando solo un poquitín, que medio DF está por aquí estos días) se levantaron a hablar con el chófer. Sí, se había perdido. El asunto es que aquí, cuando alguien se equivoca, ni pregunta ni pide ayuda: tira para delante y a ver qué pasa.

Autopistas de seis carriles

Enderezado al fin el rumbo, tomamos una de las tres autopistas de seis carriles que unen Doha con Jor (tan desproporcionado como suena) y al rato vimos al fondo, como una aparición entre la arena, el precioso estadio Al Bayt. "Ya estamos casi", nos dijimos Joan y yo. Estábamos más equivocados que el conductor del autobús. Hubo quien aplaudió incluso. "Se está precipitando", predijo Joan. Qué razón tenía...

De nuevo nos vimos metidos en uno de esos circuitos de la muerte de los que hablaba antes. Los vehículos que llenaban seis carriles de autopista se tenían que meter en una carretera de cuatro y ahí hacer una rotonda al final, para volver por el carril contrario, de nuevo de seis vías. Después, esos seis carriles confluían en uno solo, con su consecuente embotellamiento, y se repetía el circuito rotondil.

Cientos de autobuses recorren Qatar estos días. Jose Sena / Efe

Todo ello, además, con la frustración de ver constantemente el estadio a nuestra derecha, a una caminata de apenas 10 minutos. Hubo compañeros, contaron luego, que convencieron a su chófer para que abriera las puertas del autobús en mitad de la autopista y llegaron campo a través. En el nuestro también se intentó, pero el conductor no quería más errores reprochables en su trabajo: con perdernos había completado el cupo del día.

Llegamos a las puertas del estadio exactamente a las 17.00 horas, dos horas y 45 minutos después de salir del Centro Nacional de Convenciones de Doha que estaba, conviene insistir, a 44 kilómetros. Pero aún quedaba trecho por recorrer. En el camino hacia nuestro asiento en la tribuna aún quedaba una buena pateada, en medio de ostentaciones como una preciosa y enorme de fuente de azulejos rojos y negros que nunca nadie ve, por nunca nadie pasa por ahí salvo en estas semanas.

Tuvimos que pasar cuatro controles diferentes de seguridad antes de tomar asiento. "Yo no he visto nada ni parecido a esto en ningún Mundial. Y este es el quinto en el que estoy", me decía Joan, tan apurado como yo por haber hecho todo este viaje para no poder ver la inauguración. Al final, lo conseguimos, con apenas cinco minutos de margen, pero lo conseguimos.

Y, encima, sin comida

Morgan Freeman hizo sus blanqueadoras cosas, aparecieron 'Naranjito' y demás', lo puse todo por escrito y quise aprovechar el margen que había antes de que comenzara el apasionante Qatar-Ecuador para picar algo. Fui a uno de los bares del estadio y me dijeron que, pese a lo que decían los letreros, ahí no había más comida que bolsas de patatas. Bueno, de momento me sirve.

El estadio Al Bayt de Jor, sede de la inauguración del Mundial. ShutterStock

Lo que en realidad sucedía era que la comida encargada para la inauguración no había llegado al estadio, por algún problema de logística o de lo que fuera. Pasó lo mismo en la cafetería de prensa tras el partido, en la que solo había alguna pieza de fruta y papilla de tarta de queso (no la anunciaban así) empaquetada en tarrinas de cartón que no apetecía nada.

El viaje de vuelta fue bastante más asumible, porque el tráfico se había disipado y porque nos tocó un conductor que se sabía el camino. Algo menos de una hora de autobús hacia el centro de prensa y otros 40 minutos hasta el hotel. Ni tan mal. Cuando entraba por la puerta del que ya es mi Five Guys de referencia, miré el reloj y eran las 23.50 horas. Es decir, había invertido más de nueve horas y media en ir a ver un partido de fútbol. No, aquí nada está tan cerca como parece.