La reconstrucción de un monumento en el que cada piedra es sagrada no entiende de fechas límites ni promesas de milagros. Tres meses después del incendio, Notre Dame sana sus heridas con un trabajo de restauración centrado en dejar la mínima huella posible.

La explanada ante Notre Dame ya no es el lugar de turistas que intentan hacerse hueco para tomar la foto definitiva de su viaje a París. En su sitio hay máquinas, vehículos de transporte de piezas y carpas con kilométricas estanterías que albergan las piezas que esperan ser salvadas de la criba para volver a formar parte de la catedral.

Los exteriores de Notre Dame se abrieron para un reducido grupo de medios, que deben, al igual que los trabajadores, ponerse el mono blanco con capucha, casco de construcción, calzado de seguridad y guantes negros. El uniforme de rigor no combina demasiado bien con el sofocante calor de la canícula que sufre la capital francesa desde hace unos días. Pese a todo, el panorama no resulta todo lo desolador que se podría esperar. Los obreros y arquitectos trabajan, debido al calor, de seis de la mañana a dos de la tarde.