La maison Chanel se refugió ayer en el claustro de la Abadía de Aubazine, reconstruido en el monumental Grand Palais de París para su desfile de alta costura, en homenaje a los recuerdos de infancia de la creadora de la marca, Gabrielle Chanel. Virginie Viard, directora creativa de la firma desde la muerte de Karl Lagerfeld en febrero de 2019, decidió reconstruir el claustro de este convento donde Chanel pasó parte de su infancia, en un orfanato de la congregación de monjas del Sagrado Corazón de María. La estética monacal impregnó la colección primavera-verano 2020, que estuvo cargada de vestidos fluidos en la clave bicolor blanco y negro, un guiño a la vestimenta de las religiosas que influyó en la sobriedad que caracterizó el estilo de Mademoiselle Chanel.

Entre sábanas colgadas de tendederos, un jardín salvaje con huerto y auténticas plantaciones de tomates y lechugas, hiedra y romero se extendió por la nave central del Grand Palais, rodeando a una sencilla fuente de piedra que conformaba el decorado.

La modelo italiana Vittoria Ceretti abrió el desfile con un vestido recto por encima de la rodilla con manga larga en tweed, el tejido por excelencia de la casa, cuyo dibujo se difunde entre cuadros blancos y negros. Esta fue la tónica general de la temporada, donde dominaron vestidos que parecían más bien uniformes escolares, faldas ligeramente tableadas con chaquetitas abotonadas y cuellos marineros bordados con pedrería y encaje sobre piezas de tweed sobrias.