La historia que se cuenta en la primera serie creada y dirigida por Alejandro Amenábar es la misma que Paco Roca relató años atrás en el cómic ‘El tesoro del Cisne Negro', que publicó en 2018 a partir de un guion del diplomático Guillermo Corral, y bastante parecida a la batalla real que antes de eso se había librado por el mayor botín jamás hallado en el mar: entre 2007 y 2012 el Gobierno español se enfrentó en los tribunales contra la compañía estadounidense Odyssey Marine Exploration por el tesoro perdido del galeón Nuestra Señora de las Mercedes, hundido a principios del siglo XIX cuando iba rumbo al Cabo de Santa María. Presentada este viernes en el Festival de San Sebastián, ‘La Fortuna’ se inspira en esos precedentes para narrar una aventura de piratas pero en la que también aparecen políticos -después de todo, no siempre son lo mismo-, protagonizada por un sosias de Tintín que no es reportero sino funcionario, y en la que las referencias explícitas a Jacques Cousteau e Indiana Jones se mezclan con sobornos políticos, ‘lobbies’ en la sombra, estanterías llenas de archivadores AZ, tramas de espionaje y argucias legales.

Entretanto, Amenábar usa el relato para escenificar un conflicto entre dos formas opuestas de ver el mundo: por un lado, la que prioriza el beneficio individual; por otro, la que defiende la búsqueda del bien común. “En ‘La Fortuna’ los héroes son los empleados públicos”, ha explicado el director. “He querido mostrar a gente anónima que, desde las instituciones, luchan por hacer lo correcto”. Si esa pugna no funciona a nivel dramático tan bien como sería deseable es en buena medida al grosor de trazo escogido a la hora de retratar tanto el idealismo y el sentido del deber de esos héroes como la avaricia y el egoísmo de sus antagonistas, pero también por el empeño por parte del director en hacerla funcionar a modo de fantasía sobre cómo las dos Españas se reconcilian gracias a un sentido patriótico común que, a juzgar por la insistencia con la que los personajes aluden a él, roza lo patriotero. Ni esa metáfora ni las alusiones a las fosas comunes del franquismo están en el cómic de Roca.

Comparar ‘La Fortuna’ con las páginas del dibujante valenciano en las que se basa quizá no sea del todo justo, pero resulta inevitable. Pese a la relativa holgura de metraje que el formato le proporciona, la serie se muestra extrañamente incapaz de estimular nuestra empatía hacia los personajes -la relativa inexperiencia actoral quizá sirva para justificar su falta de carisma- ni de combinar los diferentes tonos que la mezcla de géneros impone -la aventura marina, el drama judicial, el thriller político, el romance- con la misma precisión que su modelo, y eso hace que los elementos más novelescos del relato nunca lleguen a integrarse con los más realistas. Sin embargo, por otra parte Amenábar consigue compensar esa carencia replicando en pantalla la misma agilidad narrativa que poseen creadas por Roca. “Cuando comprendí que el formato perfecto para contar esta historia era una serie de seis episodios, me preocupé por respetar las reglas básicas del medio; por ejemplo, que cada episodio tuviera entidad por sí mismo, y que todos ellos acabaran en alto para mantener enganchado al espectador”, ha comentado Amenábar al respecto. “Por lo demás, afronté la creación de la serie como si fuera una película