Jaime Rosales compitió por primera vez por la Concha de Oro con ‘Tiro en la cabeza’ (2008) y ahora vuelve a hacerlo con ‘Girasoles silvestres’, y la distancia que separa ambas películas es mucho más amplia que 14 años. Se trata, es cierto, de dos ficciones íntimamente conectadas con la sociedad de su tiempo, pero de formas muy distintas entre sí. La una era una reflexión sobre el terrorismo agresivamente ‘arty’ por su aridez formal y narrativa, puro riesgo concebido para generar debates y confrontar, y en parte por eso sigue siendo uno de los grandes logros artísticos del barcelonés; la otra, presentada este sábado en San Sebastián, es uno de sus trabajos más conservadores y simples a nivel conceptual, menos intrépidos y precisos a la hora de abordar su objeto de estudio y, por tanto, más discutibles.   

Protagonizada por una estupenda Anna Castillo, la película ofrece un retrato en tres tiempos de una madre de dos niños expuesta a otras tantas relaciones sentimentales problemáticas: la primera la vive junto un desempleado con el cuerpo repleto de tatuajes, que acumula deudas y problemas de agresividad más que evidentes desde que entra en escena; la segunda, con un militar destinado en Melilla que es el verdadero padre de los pequeños pero que rehúsa hacerse cargo de ellos más que mandándoles dinero; la tercera, con un tipo mejor educado y mejor situación económica, que quiere tener una familia pero no está preparado para hacer los sacrificios que ello requiere. 

Es decir, ‘Girasoles silvestres’ ofrece un breve catálogo de varias formas de masculinidad tóxica. Y el problema más inmediato que exhibe en el proceso que es que sus personajes masculinos en casi ningún momento llegan a ser más que meras representaciones de ese catálogo -y en el caso de alguno de ellos, inexplicablemente exageradas-; y mientras las expone la película muestra una clara falta de convicción acerca de su propósito, por lo que acaba sugiriendo significados que Rosales a buen seguro no pretendía, con motivo. ¿Uno? Que algunas mujeres tienen especial tendencia a escoger al hombre equivocado. ¿Otro? Que todos los hombres son tóxicos, pero los pertenecientes al lumpen lo son más que los de buena familia. 

Aulas peligrosas

También presentada hoy a concurso, ‘El suplente’ propone una reflexión sobre las tensiones sociales a las que se enfrentan muchos estudiantes y docentes en zonas de conflicto, y la hace a través del retrato de un intelectual de clase media argentino cuya existencia cambia por completo cuando ingresa como profesor sustituto de un colegio situado en un barrio pobre asolado por la droga, y que para enderezar el rumbo de sus alumnos se verá obligado a hacer intensas horas extra. El director Diego Lerman no llega a explorar las espinosas cuestiones éticas que su premisa sugiere, y sus incursiones en el territorio del ‘thriller’ resultan algo tibias; en cualquier caso, a diferencia de todas esa películas sobre un maestro pudiente que recala en un aula llena de chavales de vida perra y les cambia la vida de la noche a la mañana de forma artificiosa, condescendiente y sensiblera, ‘El suplente’ es una película dramáticamente contenida y generalmente creíble, mucho más cercana a ‘La clase’ (2008) que a ‘Mentes peligrosas’ (1995).

Por lo que respecta a la tercera aspirante a la Concha de Oro presentada hoy, ‘Runner’ se las arregla para obtener gran potencia dramática de un riguroso minimalismo narrativo. Situada en la América profunda en un tiempo más bien indefinido, la ópera prima de Marian Mathias acompaña a una muchacha obligada a hacer kilómetros para enterrar el cuerpo de su padre repentinamente fallecido, y sobre cuyo nublado horizonte vital parece penetrar el sol en cuanto conoce a un joven similarmente perdido; mientras tanto, extrae todas las posibilidades expresivas de un paisaje compuesto de viento, lluvia y barro, y de una sucesión de incidentes y conversaciones solo en apariencia nimios. Dura 76 minutos, y la rentabilidad expresiva que extrae en su transcurso es casi milagrosa.