La carrera seguida por Joanna Hogg desde detrás de la cámara es un tránsito excepcionalmente paulatino hacia la prominencia, un avance tan pausado como el ritmo al que transcurren sus películas. Hasta que su eclosión internacional llegó gracias a su cuarto largometraje, ‘The Souvenir’ (2019) -en buena medida gracias al apoyo de Martin Scorsese, que decidió producirlo-, su cine había tenido dificultades para viajar fuera de su propio país; quizá sus películas eran consideradas demasiado británicas para encontrar un público en el extranjero, del mismo modo que Yasujiro Ozu -uno de sus principales referentes, igual que Éric Rohmer-, en su día fue visto como un director demasiado japonés para triunfar en el resto del mundo. La retrospectiva que estos días le dedica el D’A Festival Cine Barcelona demuestra hasta qué punto esa asunción era errónea.

‘The Souvenir’ supuso para Hogg la adopción de un método narrativo basado en la autorreflexión y el difuminado de la línea separadora entre la ficción y los recuerdos. Tanto en ella como en su continuación, ‘The Souvenir. Part II’ (2021), la directora se inspiró en su propia vida para contar la historia de Julie, estudiante de cine en los años 80 que se embarca en una relación sentimental tóxica y posteriormente en un proceso de florecimiento creativo; en ambas películas Julie y su madre, Rosalind, fueron interpretadas respectivamente por Honor Swinton Byrne y Tilda Swinton, hija y madre en la vida real.

Y, por supuesto, no es casual que las protagonistas del nuevo trabajo de Hogg, ‘La hija eterna’ -estos días se proyecta en el certamen barcelonés, antes de su estreno comercial el 28 de abril-, sean una madre y una hija llamadas Rosalind y Julie, ni que en esta ocasión las dos estén encarnadas por Tilda Swinton. Ella y Hogg son amigas desde que se conocieron hace más de cuatro décadas en un internado; trabajaron juntas por primera vez en el cortometraje ‘Caprice’ (1986), proyecto de graduación de la directora, una sátira sobre el mundo de la moda influenciada por ‘Alicia en el país de las maravillas’, ‘Las zapatillas rojas’ (1948), el expresionismo alemán y la estética ‘New Wave’.

Hogg se estrenó en el campo del largometraje con 47 años, dos décadas después de completar sus estudios y tras pasar ese periodo firmando vídeos musicales y, sobre todo, dedicándose a dirigir ficciones televisivas. Las tres primeras películas que completó a partir de entonces -ninguna de ellas estrenada en su día en España- componen una exploración cada vez más radical del sector demográfico al que pertenece, la clase alta británica, sobre la que lanzan una mirada inconfundiblemente crítica pero llena de empatía. En ‘Unrelated’ (2007) acompañó a una mujer sumida en una versión particularmente paralizante de la crisis de la mediana edad; en ‘Archipelago’ (2010) contempló una reunión familiar que rápidamente degenera en peleas e histeria; ‘Exhibition’ (2013), su obra más experimental, ofrece un retrato de pareja a través de la exploración de la intrigante casa en la que viven, y demuestra a la perfección el interés de la directora en cómo los espacios que habitamos afectan nuestras relaciones. 

Son obras de apariencia engañosamente simple a causa de su minimalista andamiaje narrativo, el carácter prosaico de unos diálogos en su mayoría improvisados -los rodajes de Hogg no se apoyan en un guion propiamente dicho- y la sobriedad de las actuaciones. Su sofisticación, en cualquier caso, queda clara gracias al ojo pictórico que la directora evidencia; a la precisión de los encuadres y las composiciones de planos estáticos diseñados para facilitar la circulación de las figuras en el espacio filmado, y que dialogan constantemente con el fuera de campo; a lo que esas decisiones formales nos dicen acerca de los personajes, gente que reprime sus heridas emocionales -hasta que deja de hacerlo- y sobre todo se expresa a través de lo que calla, y a la que a menudo encarnan actores no profesionales; y al clima de misterio e inquietud que esa contención general produce.

Cada una de esas ficciones tiene algo de autobiográfica -en ’Unrelated’, por ejemplo, Hogg se inspiró tanto en la muerte de su padre como en su propia imposibilidad de tener hijos- pero, decimos, es a partir de entonces que el cine de la británica se vuelve una forma apenas velada de contar su propia historia. Sus tres últimas películas, además, se muestran menos calculadas y solapadas que las tres primeras, y más típicamente cinematográficas; el díptico

‘The Souvenir’ abraza la emotividad sin reparos -desde la austeridad dramática, eso sí-, y ‘La hija eterna’ hasta tiene hechuras de cine de terror, aunque “el gran miedo que trata de examinar es el miedo a perder a tu madre”, aclara la directora. Por todo eso, no es fácil predecir qué dirección tomará su próxima película, pero sí lo es asumir que, en todo caso, la consolidará como una de las figuras más relevantes, y más insuficientemente reivindicadas, del cine actual.