Es difícil ponerle reparos a nivel visual y de efectos digitales, hasta el extremo de que en este aspecto los logros de la película son más que brillantes y podrían calificarse de espectaculares, pero frente a estas virtudes tecnológicas se oponen unos defectos que son fruto de la desmesura.

El más relevante, sin duda, es su excesivo metraje, casi dos horas y media que albergan numerosos tiempos muertos y que rompen en ocasiones el ritmo de un relato que se pierde en un laberinto de situaciones que en algunos casos son innecesarias. Con ello esta séptima entrega de la serie X-Men, nacida en el año 2000, puede perder adeptos, si bien no parece probable con soluciones tan notorias que los daños sean irreparables.

Es cierto, además, que el director Bryan Singer, autor de cuatro de los siete títulos estrenados, se mueve con una soltura evidente en escenarios que no dejan de ser impactantes. Con una secuencia inicial de diez minutos ambientada en el antiguo Egipto, que cumple la función de generar fuegos de artificio que tratan de situar al espectador en la mejor disposición, se abre paso una trama que nos catapulta a 1983 y cuya mayor novedad es la reaparición en El Cairo de Apocalipsis, tras un sueño que se ha alargado milenios, un villano que no está dispuesto a aceptar su degradación ni a dejar de ser un dios.

Tanto es así que reúne a un equipo de mutantes con Magneto al frente para destruir a la humanidad y establecer un nuevo orden en el mundo. Todo, en suma, parece dispuesto para que asistamos a una nueva guerra entre los legendarios mutantes y los mega-mutantes. Y lo que está claro es que Apocalipsis representa el más grave riesgo al que pueden enfrentarse los X-Men por ser al mismo tiempo un ser sobrenatural y antiquísimo.

Con semejantes datos, la estructura narrativa pasa del puro debate a las secuencias de acción y de efectos especiales, llegando en este frente a rebasar las fronteras que este tipo de cine suele ofrecer. Es la gran baza de este último capítulo, hasta ahora, del cómic de Marvel, posiblemente el más ambicioso hasta ahora pero también el que advierte de los riesgos que entraña alargar más de la cuenta.