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Groucho, la tele y Colubi

Antonio Rico

Lo dijo Groucho y antes me aplicaría los remedios de Txumari Alfaro que contradecir a Groucho: "La televisión es muy educativa. Cada vez que alguien la pone, me marcho a otra habitación a leer un libro". Concretamente en mi caso, mi trabajo de crítico televisivo me suele impedir poner en práctica el consejo marxista, pero esta semana he encontrado la solución perfecta para poder marcharme a otra habitación sin dejar de practicar mi oficio cada vez que alguien pone la tele. Esta solución se llama ¡Pechos fuera!, y es el brand new libro de Pepe Colubi, el caótico y catódico ensayo más exhaustivo jamás publicado acerca de las series televisivas de los últimos diez, qué digo diez, veinte, qué digo veinte, treinta o cuarenta años.

Que alguien pone... pongamos... Ven a cenar conmigo, pues carraspeo y con mis mejores modales me ausento del living room alegando que tengo que ir a trabajar leyendo el capítulo de ¡Pechos fuera! dedicado a la gente amarilla con cuatro dedos en cada mano. Que alguien pone... no sé... KHM, pues aprovecho la ocasión para educarme con el análisis que Colubi hace de Frasier. Que alguien pone... por ejemplo... una emisión tardomañanera de El equipo A, pues corro al estudio anexo para ver si nuestro springsteeniano autor aclara en algún momento si en estos casos es más conveniente llamar a la policía o a los servicios de salud mental.

Algún día un ser supremo juzgará a la televisión. Nadie conoce cuál será el veredicto, dado que los seres supremos acostumbran a ser impredecibles. Pero la única esperanza que tiene el medio de no pudrirse en los infiernos se encuentra en las series que llevan 40 años marcando las fronteras dentro de las que se mueven nuestras vidas. Obras imprescindibles como ¡Pechos fuera! podrán ser pruebas testificales que ayuden a la televisión a salvar su alma. Quizá allá, en el cielo fascinante e inverosímil del entretenimiento, Groucho y la tele puedan hacer las paces.

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